Ser simples y puros como niños
Me acuerdo de un ancianito de la skete Iviron, el padre Pacomio. Por muy triste que te sintieras, con sólo verlo, tu pesadumbre desaparecía al instante. Y si ibas a buscarlo para contarle tus aflicciones, todo eso se disipaba en un segundo.
En el verdadero amor a Cristo, en ese estado de simplicidad y pureza, se desarrolla la inocencia de la infancia, misma que Cristo nos pide, cuando dice: “¡Sed como niños!”. Sin embargo, en nuestros tiempos, mientras más se propaga la “cortesía” terrenal, más se pierde la simplicidad, la alegría verdadera y la sonrisa espontánea.
Me acuerdo de un ancianito de la skete Iviron, el padre Pacomio. Por muy triste que te sintieras, con sólo verlo, tu pesadumbre desaparecía al instante. Y si ibas a buscarlo para contarle tus aflicciones, todo eso se disipaba en un segundo. Tenía unas mejillas sonrosadas y su risa era como la de un niño. ¡Sí, era un anciano con cara de niño! Aunque el mundo se estuviera derrumbando, el reía inocentemente. ¡Pero qué alegría era la suya, una auténtica felicidad! No era muy culto, ni siquiera tenía alguna noción de música sálmica, fuera de “¡Cristo ha resucitado!”, que cantaba en la Pascua. Cuando venía a la iglesia de la skete en las festividades religiosas, no se sentaba, sino que se mantenía de pie, incluso en las vigilias de toda la noche, y repetía calladamente la “Oración de Jesús”. Tenía un inmenso espíritu de abnegación y una generosidad sin límites. Si le preguntabas: “Padre Pacomio, ¿en qué momento estamos de la Divina Liturgia?”, él respondía: “Salmos, los padres cantan salmos”. Para él todo eran salmos.
Era un anciano muy sencillo y completamente lleno de la Gracia de Dios. Se había librado de las pasiones y por eso era cándido como un pequeño infante.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Ed. Evanghelismos, București, 2007, p. 270)