Palabras de espiritualidad

Si amáramos a Dios como nos ama Él…

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El amor de Dios por el más grande de los pecadores es incomparablemente más grande que el amor del más grande de los santos por Dios.

Jesucristo, Dios-Hombre, camina sin ser visto entre los hombres que tienen ojos de arcilla, buscando siempre a Sus hermanos (Mateo 28, 10), atento a correr detrás de cada uno, “hasta que logre tener a todos los que se van a salvar, como lo hizo con Pablo” (San Máximo el Confesor), sin descansar hasta haber llevado a todos a Casa. Esto es algo que no puede callarse. Y aquel que haya visto al Señor y a Su inefable Cruz —que seguirá cargando entre quienes lo abofetean con un odio salvaje hasta el fin del mundo—, saltará como si le quemara un fuego que no se extingue y orará, gritando como uno que ha salvado la vida y no hay nada que pueda perjudicarlo, sino que todo le ayuda a perfeccionarse, purificándolo como el oro.

Si sentimos el incomparable sufrimiento de Dios, nuestro Señor, que viene del amor a la humanidad, comprobaremos cómo este purifica nuestra vida, porque es un fuego que Dios encendió en el mundo (Lucas 12, 49): el calor del amor, que enciende al mundo, quemando a las fuerzas del mal, y brilla como una luz divina sobre Sus humildes discípulos, quienes vuelven a Casa.

El amor de Dios por el más grande de los pecadores es incomparablemente más grande que el amor del más grande de los santos por Dios.

(Traducido de: Părintele Arsenie Boca mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, pp. 137-138)