Palabras de espiritualidad

Si conoces a Dios, es imposible que dejes de creer en Él

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

He aquí el conflicto: nuestro “ego”, superficialmente, quiere algo, en tanto que nuestro “yo” verdadero, nuestro ser interior, al cual entró el hijo pródigo cuando “abrió los ojos”, suspira por Dios.

Madre, usted dijo que cuando uno deja de “vivir” a Dios, tiene que creer y recordar que al menos antes sí lo sentía. ¿Qué pasa si uno rechaza creer en eso?

“¡Madre, no sé qué significa no querer creer!”. Bien, si no quieres creer, lo entiendo. No creas. Pero si antes sí creías y en algún momento fuiste capaz de sentir a Dios, es imposible que ahora ya no creas. Si esto es así, es que nunca creíste en Dios. Los que dicen estar “enfadados” con Dios, realmente lo están con un ídolo que ellos mismos se han hecho. Es como cuando Juan se enoja con Juana, porque “las cosas ya no son como en el primer día”. En verdad, Juana ya no es eso… ¡porque nunca lo fue! ¡Todo era una una idea, una imagen creada por la misma mente de Juan! Lo mismo se aplica al caso que nos ocupa. Si dices que estás “enfadado” con Dios, en verdad no estás enojado con ningún dios, sino con una idea confusa que te creaste en la cabeza y a la cual creías una deidad. Personalmente, no entiendo a quienes, habiendo conocido a Dios, terminan apartándose de Él. ¡Que Dios me libre de entender algo semejante…! Insisto, se aparta de Dios quien no lo ha conocido, habiendo proyectado sus distintos estados y anhelos en un “dios” imaginario, obligado a concederle todo lo que le pedía…

¡Si no quieres creer, no creas! Pero asume tu responsabilidad por la vida que estás por empezar. Las adversidades y contratiempos que tengas que enfrentar serán provocados por ti mismo, y tendrán el propósito de hacete espabilar. En lo profundo de tu ser seguirá existiendo la imagen de Dios, y tu alma clamará: “¡Quiero volver a casa, quiero estar con mi Padre Celestial, quiero experimentar nuevamente la verdadera Alegría!”. Y puede que tú le contestes: “No, quédate en tu lugar, porque lo que yo quiero es ir a la discoteca, quiero juntarme con mis amigos, quiero fumar, quiero salir a beber”. He aquí el conflicto: nuestro “ego”, superficialmente, quiere algo, en tanto que nuestro “yo” verdadero, nuestro ser interior, al cual entró el hijo pródigo cuando “abrió los ojos”, suspira por Dios.

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Deschide Cerul cu lucrul mărunt, Editura Doxologia, Iași, 2013, pp. 101-102)