Palabras de espiritualidad

Si entregas tus sufrimientos a Dios, verás lo ligera que es tu cruz

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

"Yo creo que las luchas y los triunfos de esa viuda con seis hijos son más gloriosos y mucho más excelsos que los del mismísimo Napoleón".

«La reciente muerte de tu esposo te inunda de tristeza y desesperación. Lloras día y noche. En tu alma hay solamente congoja y oscuridad, y, ante tus ojos, una densa niebla oculta todo lo desconocido que hoy te golpea. ¡Ánimo! ¡Llénate de valor! ¡No temas! Repítete: “Mi esposo era, en primer lugar, de Dios, y después, mío, al igual que mis hijos”.

Si el jardinero, que es experto en lo que hace, arranca una flor, es porque era lo que tenía que hacer. Solo él sabe los motivos por los que tomó esa decisión. Una de esas razones podría ser, por ejemplo, ayudar a que las demás flores se desarrollen de mejor manera.

Medita sobre estas cosas, y tus pensamientos se elevarán de lo terrenal a lo celestial. Así, tu alma se aferrará con más fuerza a Dios. Y tu espíritu triunfará sobre el cuerpo. Y dejarás de temerle a la muerte. El vacío que ahora sientes se disipará. La forma en que ves el mundo —como patria de la verdadera y perpetua felicidad— cambiará. En pocas palabras, obtendrás un beneficio espiritual desde muchos frentes. Debes saber que Dios construye incluso cuando derriba.

En lo que respecta a tus hijos, no te llenes de preocupaciones vanas. Solamente haz lo que esté en tus manos hacer. Confíaselos a tu Señor. Recuerda que está escrito: “arroja al Señor tus tribulaciones, y sentirás que tu cruz es realmente ligera”. He conocido a muchas mujeres viudas, con cruces verdaderamente pesadas. Te hablaré de una de ellas.

En los albores de la guerra, los alemanes asesinaron a un conocido mío frente a su domicilio junto al río Drina. Después, echaron fuera a su esposa y a sus seis hijos, y le prendieron fuego a la casa. Doce años han pasado desde entonces. Un día, inesperadamente, vino a buscarme un joven trabajador de la red de ferrocarriles nacionales. Al presentarse, me dijo que era uno de aquellos seis chicos. Lo abracé con afecto y le pregunté qué había sido de los demás miembros de su familia. Con una enorme sonrisa, me respondió: “¡Todos estamos bien, sanos y salvos, gracias a Dios! Dos de nosotros trabajamos en dependencias estatales, otros dos son comercianes, mi hermana mayor ya se casó, y la pequeña vive con mi mamá en la capital”.

Y empezó a relatarme detalladamente todas las penas y adversidades que tuvieron que enfrentar. La primera de ellas, cuando se vieron obligados a atravesar todo el país a pie, desde el Drina hasta Bitolia. Con esto vinieron largos períodos de hambre, enfermedad, frío, encarcelamiento… un sinfín de noches durmiendo en estaciones de tren, en albergues o al lado del camino. Y, a pesar de todo eso, se mantuvieron con vida, lúcidos, en armonía los unos con los otros, y, principalmente, aferrándose a su fe. ¿Hace falta que te cuente más? Yo creo que las luchas y los triunfos de esa viuda con seis hijos son más gloriosos y mucho más excelsos que los del mismísimo Napoleón.

También a ti Dios te ayudará. No te olvides de Él, y Él no te dejará. Y vencerás, y obtendrás una dulce victoria para la eternidad. ¡La paz y la bendición del Señor queden contigo!».

(Traducido de: Episcopul Nicolae VelimiroviciRăspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. 1, Editura Sophia, București, 2002,  pp. 180-182)