Si existe la Divina Providencia, ¿por qué Dios permite el mal?
El mal es creación de seres libres, un simple producto de la voluntad humana, que también está al servicio de la vida y del bien.
La objeción más común en contra de la existencia de la Divina Providencia es formulada desde la constatación de la existencia del mal. Si Dios cuida de Su obra, ¿por qué admite el mal en el mundo? ¿Por qué existe el mal, bajo múltiples formas y nombres, por qué existen los espíritus malignos, las injusticias sociales, el dolor, el sufrimiento y las calamidades, las guerras, las lágrimas del débil, los abusos de los poderosos, la desigualdad, las catástrofes, los pecados de toda clase y la muerte misma? ¿Por qué existen todos esos males físicos, morales y metafísicos?
La existencia del mal pareciera contradecir la realidad de la Providencia Divina. Esta objeción, en principio, parece muy seria, pero, como las demás, carece de un buen fundamento. En primer lugar, la causa del mal en el mundo no debe buscarse en Dios. Él no es el autor del mal. El mal nace de la libertad. Y hace evidente el bien. Sin libertad, no existirían ni el bien ni el mal. El mal es creación de seres libres, un simple producto de la voluntad humana, que también está al servicio de la vida y del bien.
Ahí donde hay libertad —ese bien extraordinariamente valioso y santo, sobre el cual se ha escrito un sinfín de libros y por el cual se ha derramado tanta sangre en guerras y revoluciones—, ahí también están el bien y el mal, dependiendo de cómo sea utilizado el don de la libertad, bien o mal, es decir, como medio para avanzar en la escala de las virtudes morales y los valores culturales, o como abuso para la anarquía, la insumisión y la decadencia moral.
De la libertad bien utilizada nacen todas las virtudes y todos los tesoros morales y espirituales de la humanidad; del abuso de la libertad surgen todos los males y vicios, todos los seres impuros, las injusticias sociales, la desigualdad, las guerras, los pecados, el sufrimiento, etc. La libertad hace del hombre un ángel o un demonio, un siervo o un señor, un genio o un inepto.
El mal, en consecuencia, viene del mundo, del abuso de la libertad, no de Dios. Es algo pasajero, como cualquier otra imperfección. Si Dios no detiene a la fuerza los males que cometen los hombres, significa que Él respeta la libertad de Sus hijos, pero especialmente que pone sobre sus hombros la responsabilidad por cada uno de sus actos, para que después puedan ser recompensados. Sin libertad no existiría la responsabilidad y sin responsabilidad no puede haber recompensa: premio o castigo. Por eso es que, a grandes rasgos, el mal no viene de Dios y no debe atribuírsele a Él.
(Traducido de: Ilarion V. Felea, Religia iubirii, Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2009, pp. 146-147)