Palabras de espiritualidad

Si los padres tienen confianza y seguridad en sí mismos, también sus hijos lo harán

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El niño que crece en semejante clase de atmósfera, tan llena de amor propio y egoísmo, se convierte en un adulto inseguro e indeciso, con una baja autoestima y temeroso de que cada persona que se le acerque pueda descubrir su estado y su debilidad, utilizándola en contra suya.

Unirse a su semejante es una necesidad fundamental para el hombre, pero al mismo tiempo es también su mayor miedo, porque el pecado escindió la unidad de los hombres en dos polos contrarios. El hombre y la mujer, de la unión original devinieron en masculinidad y feminidad, que son opuestos y en constante amenaza. Las diferencias existentes entre ellos, en vez de ser consideradas motivos de realización y de complementariedad, son tomadas como potenciales riesgos de ataque mutuo. Incluso si la “guerra” no ha sido declarada, se mantiene un estado de animadversión; recordemos que “guerra” no es sólo dos ejércitos opuestos combaten entre sí, sino también cuando sus soldados se mantienen preparados y permanecen en posición de ataque.

La falta de confianza crea una atmósfera de lucha que excluye la cercanía y el contacto real. Quien lucha contra un riesgo latente no puede alcanzar un contacto y una aproximación real con esa persona de la que cree proviene el peligro. Esta falta de confianza es el resultado de la falta de amor auténtico, perdido por el hombre con su expulsión del Paraíso, con su alejamiento de Dios y su caída en el pecado. El enfriamiento del amor llevó al nacimiento del amor propio, que destruye y separa.

El niño que crece en semejante clase de atmósfera, tan llena de amor propio y egoísmo, se convierte en un adulto inseguro e indeciso, con una baja autoestima y temeroso de que cada persona que se le acerque pueda descubrir su estado y su debilidad, utilizándola en contra suya. El hombre necesita sentir que hay otros que le aprecian y respetan, que su persona es importante para los demás. En otras palabras, el hombre necesita de otros que reconozcan su existencia y personalidad. Necesita que otros le entiendan, para que pueda entenderse a sí mismo.

Cuando el niño se conoce a sí mismo, se siente satisfecho consigo mismo y puede verse a sí mismo como una persona única y autónoma, con un valor determinado. Sólo así puede sentir que también es un hijo de Dios, Quien le ama y le cuida. La persona que no experimenta la seguridad que ofrece la confianza de saberse importante para Dios y —al menos— para otras personas, tendrá poco qué ofrecer en una relación estrecha, como el matrimonio, y será atormentada por los sentimientos de inferioridad, de inseguridad, de impotencia, de miedo, de falta de confianza, de duda, de rencor y de enemistad. No podemos ofrecer nada a los demás si no nos hemos descubierto a nosotros mismos, es decir, si no hemos descubierto, en nuestro interior, eso que podemos dar.

La persona que carece de seguridad en sí misma asume la cercanía de otra como algo peligroso, porque se le pide, de cierta manera, su auto-anulación. Por el contrario, la persona que es segura busca la compañía de otras. La persona que no es segura de sí misma se siente amenazada por los demás y les teme, sin poder entender cómo es que los demás le provocan semejante pavor. Y mientras más disminuye su auto-respeto, más miedo siente de acercarse a su semejante.

(Traducido de: Părintele Filoteu Faros, Părintele Stavros Kofinas, Căsnicia – dificultăți și soluții, Editura Sophia, pp. 88-89)