Si no amamos, ¿cómo pretendemos ser felices?
Tal como la estufa reparte generosamente su calor a quienes lo necesitan, también el hombre que ama comparte las bondades divinas a sus hermanos más necesitados.
¿Por qué nuestra vida es tan pobre en lo que respecta a las verdaderas alegrías? Porque las relaciones entre las personas se han vuelto extremadamente frías: los vecinos “se comen” entre sí, y entre parientes de sangre, incluso entre hermanos y hermanas, el amor simplemente se ha apagado. Ahí donde se abren las ventanas del alma para que entre el sol del amor fraterno, ahí entra la alegría con su calor.
San Tikón de Zadonsk dice: «Una estufa encendida calienta a todos los que se sientan a su alrededor. Lo mismo sucede con el hombre que ama, cuya alma rebosa del amor a Dios y al prójimo: irradia el calor de su amor a quienes se le acercan. Y, tal como la estufa reparte generosamente su calor a quienes lo necesitan, también el hombre que ama comparte las bondades divinas a sus hermanos más necesitados, por ejemplo, a uno le da ropa para que se vista, a otro lo invita a ser su húesped y le sirve, a otro lo cuida en la enfermedad… y a otro lo consuela en la tristeza. En una palabra, tiende su mano a todos y los ayuda con lo que puede. Todo esto es obra del calor de su amor cristiano».
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Dragostea – Tâlcuire la Rugăciunea Sfântului Efrem Sirul, Editura Sophia, București, 2007, pp. 173-174)