Si oramos y suspiramos por Dios, con todo nuestro corazón, Su Gracia nos hará sentir el estado de los ángeles y santos
¡Amemos a todos y obtendremos esa indescriptible paz!
El Señor conoce nuestro corazón y, cuando oramos con todas sus fuerzas, Él nos ofrece inmediatamente Su consuelo. Sólo los que han recibido la Gracia cual don pueden conocen el estado de los santos y los ángeles. El resto, no.
Mientras tanto, oramos y nos esforzamos. Pero si no hemos recibido aquel don, no podemos conocer el estado de los ángeles y de los santos, porque se trata de algo que no puede expresarse con palabras. Es un indescriptible estado de paz y felicidad. Si antes te enfadabas con facilidad, ahora ya no lo haces... no hay quien pueda ofenderte, no hay pensamiento impuro que te dañe, porque te guía el Espíritu Santo. Quien ha alcanzado semejante don, es capaz de comprender el estado de la Santísima Madre de Dios, quien desde el vientre de su propia madre y hasta el final de sus días — e incluso en la eternidad— se mantuvo llena del don divino.
Cierta vez, San Dionisio, discípulo de San Pablo, deseando ver a la Santísima Virgen, se dirigió a Jerusalén. Tal fue su impresión al conocerla, que escribió: “Me sentí como iluminado por una paz y una felicidad inmensas”, agregando, “Si no supiera que existe Dios, para mí la Santísima Virgen lo hubiera sido”. Por eso, el Señor dejó a Su Santísima Madre como consuelo para los Santos Apóstoles, sabiendo que muchos de ellos habrían de ser perseguidos. Ella supo hacerse un extraordinario aliento, irradiando la paz y la alegría de Dios a su alrededor.
He aquí por qué debemos orar de todo corazón y suspirar por Dios. Entonces Él nos dará Su don y seremos capaces de sentir el estado de los ángeles y los santos, y nadie podrá ya dañarnos. ¡Amemos a todos y obtendremos esa indescriptible paz!
(Traducido de. Stareţul Tadei de la Mănăstirea Vitovniţa, Cum îţi sunt gândurile, aşa îţi este şi viaţa, Editura Predania, Bucureşti, 2010, pp. 92-93)