Palabras de espiritualidad

Siguiendo el ejemplo de San Pedro

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Cualquiera de nosotros se habría contentado con esto, con la alegría de haber sido ayudado por Dios en la tribulación, con un momentáneo agradecimiento. Simón, el pescador, hizo algo más. Sintió toda su indignidad de hombre ante Dios...

Navega mar adentro, y echen las redes”. Con estas palabras, Jesús disipó la fatiga de unos simples pescadores, convirtiéndola en una alegría tan grande, que en ella conocieron que Él era Dios, Señor de los mares y de todo ser viviente en ellos. Cualquiera de nosotros se habría contentado con esto, con la alegría de haber sido ayudado por Dios en la tribulación, con un momentáneo agradecimiento. Simón, el pescador, hizo algo más. Sintió toda su indignidad de hombre ante Dios y, sin poder escapar de ese sentimiento de desmerecimiento, dijo unas palabras que pueden parecernos adecuadas o inadecuadas: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!”. Y el Señor no sólo no les puso atención, sino que llamó a Simón para que fuera uno de sus primeros discípulos. Lo llamó del mar de los peces, en donde no enfrentó tribulaciones sino una sola noche, al mar de la sociedad humana: le hizo apóstol, pescador de hombres, en donde las “tribulaciones del Evangelio” duran toda la vida. Pero, como pescador de hombres, como predicador del Evangelio de Dios, Pedro algunas veces tuvo dudas de su misión. Una vez, esperándolo él, Jesús lo llamó para que caminara sobre el agua. En la corte de Pilato, tres veces negó a Jesús. Y la última vez, como dice la tradición, Pedro, viendo la orgía de las persecuciones desatadas por Nerón, huyó, queriendo librarse de la muerte. Entonces, dice la tradición, Jesús se le apareció caminando hacia la ciudad. Pedro, el pescador, como le llamaban en secreto los cristianos, le preguntó: “¿A dónde vas, Señor?”. Y Él le respondió: “¡A Roma, para ser crucificado por segunda vez!”. Pedro entendió su error y la amonestación que Jesús le acababa de hacer. Volvió a su misión, a los tormentos de la muerte por la Vida; seguramente, según las palabras que había escuchado alguna vez. “Navega mar adentro”, sintió nuevamente su indignidad de hombre y la alegría que Dios le había dado, una alegría que cubrió la aflicción de su humanidad con lo profundo del propósito divino. En las aflicciones, llenas del gozo del Evangelio, mucho más fruto les ha ofrecido a los cristianos su muerte de mártir por Jesús, que si hubiera intentado salvar la vida para sí mismo.

(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Cuvinte vii, Editura Charisma, p.12)