Palabras de espiritualidad

Sin Cruz no es posible la vida en Cristo

    • Foto: Stefan Cojocariu

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El hombre será justificado o condenado, según la generosidad y el agrado a Dios con que haya portado su cruz en esta vida.

El hombre será justificado o condenado, de acuerdo a la generosidad y el agrado a Dios con que haya portado su cruz en esta vida. Antes de la caída, el hombre estaba vinculado existencial y esencialmente a su Dios, de acuerdo a la teología de San Máximo el Confesor, en una “naturaleza feliz, inocente y buena”. Por esta razón era feliz y simple, completamente ajeno a todo lo que pudiera causarle tristeza y dolor. San Juan Crisóstomo se expresa así: “En el Paraíso los hombres vivían como Ángeles”. Pero, una vez cometido el pecado original —el cual, de acuerdo a San Justino Popovich no fue otra cosa que sólo “el afán del hombre de convertirse en dios sin Dios, y aún en contra de Dios”—, en la vida del hombre después de la caída entró la realidad trágica del dualismo ontológico, de los sufrimientos, las tristezas y, finalmente, la misma muerte.

El hombre vive otra realidad, la de la Cruz. San Basilio el Grande, al respecto, dice: “Nadie tiene una vida continuamente feliz, sino siempre amalgamada con el dolor y la tristeza. Sólo Dios es siempre feliz”.

El dolor

La realidad de la Cruz tiene diferentes aspectos en la Teología Patrística Ortodoxa. El primero de ellos es el dolor: físico y espiritual. El dolor puede provenir de distintas causas: enfermedades, frustraciones insatisfacciones, un comportamiento provocador, soledad, etc. Es cierto que en nuestros días se han multiplicado los casos de personas que sufren enfermedades incurables de todo tipo. Aún más, se observa un crecimiento de las enfermedades psíquicas, tanto que ya se habla de adolescentes e incluso niños con serios padecimientos psicológicos, originados en la forma de vida moderna, tan atada al antagonismo y a la marginación de la persona humana. En ambos casos, la Cruz de la enfermedad (física y espiritual) se convierte, de acuerdo a la Teología Patrística, en una “pedagogía testificada”. Así, el hombre que acepta la Cruz del dolor en esos dos aspectos, tanto con generosidad como con agrado a Dios, es considerado un discípulo de Cristo, de acuerdo a lo que enseñan los Santos Padres.

Un enorme Padre de nuestra Iglesia, San Simeón el Nuevo Teólogo, dice en alguna parte: “Veamos cómo se glorifica a Dios. A Él se le glorifica por medio de la Cruz, es decir, por medio del dolor, la tristeza y la enfermedad. Y si sufrimos todo esto llenos de paciencia, los Sufrimientos de Cristo nos harán partícipes y pasaremos a ser hijos de Dios según la Gracia, y herederos con Cristo”. Por supuesto que los cristianos no se alegran en la enfermedad y el dolor, pero tampoco caen en la desesperanza, porque conocen muy bien las palabras de San Atanasio el Grande, quien dice que: “Crucificarse con Cristo significa reinar y glorificarse con Él”.

Job

En el Antiguo Testamento, Job es presentando como ése que vivió el más alto grado de dolor espiritual y físico. San Juan Crisóstomo dice sobre Job, que éste no fue tan importante cuando era un virtuoso y se alejaba de todo mal. Se hizo verdaderamente eminente, grande y sabio, justo cuando comenzó a portar la Cruz del dolor (físico y espiritual) con grandeza y agrado a Dios.

Otra dimensión de la Cruz, de acuerdo a San Gregorio Palamás, es “crucificarte el cuerpo con todo y sus vicios y apetitos”. Es decir que es también una cruz esforzarte en abatir tus vicios, apetitos y malos hábitos. Si observamos lo que sucede en la realidad de nuestra sociedad contemporánea, constataremos qué grande es la cruz de los jóvenes que luchan por vencer su dependencia de las drogas, el alcohol o cualquier otro vicio. Precisamente por eso es imperativo que quienes les rodean (familia, Estado, Iglesia) les apoyen con amor y afecto, sin marginarlos o abandonarlos.

De igual forma, podríamos considerar una cruz el monótono trabajo de un individuo, sumado a las coerciones y desprecio de sus superiores.

El estado económico

Finalmente, otra realidad de la Cruz en nuestra vida es la estrechez económica en la que viven tantas familias numerosas, sobreviviendo apenas con el salario de alguno de los padres. Ante semejante clase de Cruz, San Atanasio el Grande recomienda tener mucha paciencia y nos consuela diciendo: “quien tenga el consuelo de este mundo, que no espere ni pretenda recibir el de la vida eterna”.

Podríamos agregar, a modo de conclusión, que la realidad de la Cruz se demuestra sea con la salvación del hombre, sea con su condenación, ya que, de acuerdo a los Santos Padres, el hombre será justificado o condenado, según la generosidad y el agrado a Dios con que haya portado su cruz en esta vida.

Sava Alexandru, téologo

Fuente: marturieathonita.ro/viata-in-hristos-nu-exista-fara-cruce