Palabras de espiritualidad

Sin la Gracia de Dios, cualquier esfuerzo nuestro es igual a cero

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

No olvidemos esto: no importa cuántas virtudes tengamos, que son siempre dones de Dios. Nuestras obras son cero y nuestras virtudes una cadena de ceros.

Solamente nuestras pasiones y pecados nos pertenecen. Todo bien que hagamos proviene de Dios y toda maldad que cometamos proviene de nosotros mismos. Si la Gracia de Dios se aparta un poco de mosotros, ¡listo!, ya no podemos hacer nada. Lo mismo que ocurre con nuestra vida biológica, que si Dios nos priva del oxígeno por un momento, podríamos morir, también en nuestra vida espiritual, si Él nos quita por un instante la Gracia Divina, estamos realmente perdidos.

Cierta vez, al orar, sentí un gozo especial. Estuve de pie durante horas enteras, sin experimentar ninguna clase de fatiga. Mientras más oraba, más sentía un dulce sosiego, algo que no puedo explicar con palabras. Pero después me vino un pensamiento terrenal, porque me faltan dos costillas y suelo resfriarme con facilidad; así, se me ocurrió pensar que, para no perder ese maravilloso estado, lo mejor era salir a buscar una mantilla para abrigarme, con tal de no atrapar un catarro. Pero fue cosa de pensar en eso y desplomarme en el suelo. Estuve tendido durante varios minutos, hasta que pude incorporarme y dirigirme a mi celda para recostarme un poco.

Momentos antes, mientras más avanzaba en la oración, más sentía su consuelo, una suerte de alivio, de alegría, algo que no se puede explicar. Pero, sólo me vino ese pensamiento... y lo perdí todo. Si me hubiera aparecido un pensamiento de vanidad, por ejemplo: “No sé si habrá dos o tres el el mundo que hayan experimentado este mismo estado”, quién sabe cuánto daño me habría hecho. Pensé humanamente, como lo hace el lisiado con sus muletas, y no maliciosamente.

Fue un pensamiento normal, pero ya vimos lo que me causó. Y es que lo único que tiene el hombre al alcance es su disposición que, según sea esta, Dios le ayudará. No olvidemos esto: no importa cuántas virtudes tengamos, que son siempre dones de Dios. Nuestras obras son cero y nuestras virtudes una cadena de ceros. Y seguiremos agregando siempre ceros, y pidiéndole a Cristo que ponga la unidad (la cifra uno) al comienzo, para hacernos ricos. Si Cristo no pone la unidad al comienzo, nuestro esfuerzo es inútil.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Trezire duhovnicească, Ed. Publistar, Bucureşti, 2000, pp. 286-287)