Sobre aquel que tiene “atados” sus vicios, pero aún no consigue eliminarlos
“Si vienen a visitarte dos hermanos, y sabes que uno de ellos te ama, pero el otro te odia y te difama todo el día... ¿los recibes de la misma manera?”.
Se decía de un anciano, que había vivido cincuenta años sin probar pan ni beber casi nada de agua, logrando vencer el desenfreno, la avaricia y la vanagloria. Un día, el anciano Abrahám decidió conocerlo. Al llegar, le preguntó: “¿Es cierto todo eso que se dice de ti?”. Y el otro respondió: “Sí”. Dijo entonces el anciano Abrahám: “Veamos. Si entras en tu celda y ves que sobre la estera yace una mujer, ¿piensas acaso que no hay nadie ahí?”. Respondió el otro: “No, pero lucho con mis pesanmientos para no acercarme a ella”. Entonces dijo Abrahám: “Luego, no has matado el vicio. Éste sigue vivo, aunque está amarrado”.
“Y si al salir al camino, ves sólo piedras y desechos, pero, al centro, un puñado de oro, ¿es capaz tu mente de considerarlo también como parte de aquellos desechos?”. Respondió el otro: “No, pero lucharía con mis pensamientos para no detenerme y recogerlo”. Dijo otra vez Abrahám: “Entonces, es que ese viejo vicio no ha muerto, aunque lo tengas amarrado”. Insistió nuevamente: “Si vienen a visitarte dos hermanos, y sabes que uno de ellos te ama, pero el otro te odia y te difama todo el día... ¿los recibes de la misma manera?”. Y respondió el otro: “No, pero lucharía con mi mente para hacerles el bien a ambos”. Entonces respondió Abrahám: “He aquí que tus pasiones siguen vivas, pero atadas por los santos.”
(Traducido de: Patericul, ediția a IV-a rev., Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, pp. 37-38)