¡Ese desenmascaramiento y delación del mal no es poca cosa! ¡Es coraje y honestidad!

¡Tal es el propósito de toda la ascesis ortodoxa! ¡Y renunciar al esfuerzo de hacernos “mejores” no es sino humildad! El llamado de Dios y la bendición son la esencia de la obediencia a Dios, y sólo ella tiene el poder de provocar una verdadera transformación, que no obramos nosotros mismos, sino Él.

¡Recordemos que el propósito de nuestra vida no es ser buenos, sino tener a Dios en nuestro interior y que Su Vida se haga la nuestra también!

Nosotros ni siquiera sabemos en qué consiste eso de ser “buenos”. Tenemos ciertos “gustos” que, además, son variables. Pero, estando con el Señor, permanentemente aprenderemos nuestra lección de vida: ¡El gozo que nadie podría quitarnos!

¡Él nos enseñará todo! ¡Y, querido hijo, qué paz, qué alegría... sentirte amado tal como eres! ¡Y adquirir las fuerzas necesarias para amar a los demás sin pretensión alguna! ¡Semejante forma de amor es verdaderamente vivificadora y renovadora!

(Traducido de: Monahia Siluana Vlad, Dăruindu-ne, intrăm în bucuria Lui, Editura Doxologia, 2010, p. 53)