Palabras de espiritualidad

Sobre los íconos, los milagros y la oración

  • Foto: Silviu Cluci

    Foto: Silviu Cluci

Algunos consejos del archimandrita Lucas (Diaconu), stárets del Monasterio Bistrița (Rumanía).

Padre, ¿es cierto que cualquier ícono pintado correctamente tiene la capacidad de volverse milagroso, aunque esté impreso en un simple papel o sea una copia?

—Así es. El milagro es desencadenado por el sujeto. Todos los íconos pintados correctamente pueden llegar a ser milagrosos. Hasta un ícono realista podría llegar a obrar milagros, por causa del sujeto. Si el hombre, que es un sujeto religioso, llega a una tensión especial cuando ora y se une a la persona respectiva, representada en el ícono y presente en espíritu, el milagro tiene lugar. Pero el sujeto (el cristiano) debe hallarse en la línea correcta de oración y conocimiento.

El milagro no ocurre cuando el individuo, cristiano ortodoxo, pide algo banal, como alguna cosa que podría realizar él o su semejante. Si le pides a Dios algo que no puedes hacer tú ni nadie de quienes te rodean —cuando lo has intentado con todas tus terrenales fuerzas y no te queda otra esperanza sino que Dios obre un milagro, digamos, sanando de cáncer o ébola a alguna persona—, Él hace el milagro, porque sólo Él tiene la solución. Pero, si se trata de un problema que puede ser resuelto por cualquier individuo, incluso la persona implicada en él, entonces Dios no actúa. Llegas a tu celda y oras: “Señor, por favor, enciende la candela”. Esa no es una oración. Es algo que bien puedes hacer tú.

Muchísimas oraciones no son atendidas, precisamente porque no son hechas de forma correcta. Cuando la persona ore, debe empezar así: “Señor, que se haga Tu voluntad. No me presento ante Ti con mi voluntad, sino que espero que se haga la Tuya. Y entonces podrá exponer sus pensamientos: “Tengo tal problema, estoy enfermo, mi hijo tiene esto y lo otro, etc.”. Como conclusión, se puede agregar: “Bien, te he expuesto mi dolor, Señor. Que se haga Tu voluntad. Tú sabes mejor lo que necesito”.

Si el cristiano aprende a orar así, tiene muchas posibilidades de que sus plegarias sean atendidas. Y entonces el santo, la Madre del Señor o nuestro Señor en el ícono le responderán. ¡Es imposible que no lo hagan, inmediatamente! Pero lo que ocurre es que intentamos orar sin saber hacerlo; no sabemos cómo comportarnos, cómo hacernos humildes... En primer lugar, tenemos que conocernos a nosotros mismos, sabiendo que somos hombres, simples criaturas, en comparación con Dios, Quien es eterno, o con cualquier santo, quien se hizo inmortal, deificándose. Si te presentas ante algún santo, por ejemplo ante San Jorge, y dices: “¡Grande y Santo Mártir Jorge, qué milagro viviste! ¡Te deificaste! ¡Te hiciste inmortal! ¡Cuánto quisiera imitarte! ¿Cómo me puedes ayudar?”, inmediatamente te inspirará, inmediatamente recibirás su respuesta.

Si el hombre llega a ser consciente de lo finito de su ser creado por Dios, y de su propia vileza —porque todos somos pecadores—, alcanzará el estado del publicano del Evangelio, cuya oración fue atendida al instante por Dios.

También la oración de ladrón fue atendida en seguida por Dios. A pesar de ser un bandido, un criminal. ¿Por qué? Aquel bandido se transpuso en el pensamiento de Dios, pensando correctamente, divinamente. El otro bandido juzgó a Jesús: “Si fueras Dios, harías algo y nos salvarías a nosotros también. Pero el buen ladrón respondió: “¿No le temes a Dios? Nosotros hemos sido condenados justamente. ¿Pero... Él?”. Luego, este último bandido entró en el pensamiento de Dios y Él le atendió inmediatamente, cuando aquel hombre dijo: “Acuérdate de mí, Señor, cuando entres en Tu Reino. Y Dios le llevó a Su Reino, al responderle: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Así, para poder orar correctamente, en primer lugar debemos tener un pensamiento correcto. Tenemos que renunciar a nuestra razón y unirnos en pensamiento y voluntad con Dios. Esta es una condición capital. Si no hacemos esto, nos quedaremos en nuestro egoísmo y nuestra oración no será sino una simple formalidad y hasta una ofensa para Dios. De hecho, cuando oramos así, le tratamos de hablar a Dios, pero, al mismo tiempo, permanecemos en nuestro egoísmo, separados de Él, contentos con nuestra propia voluntad. Seguimos girando alrededor de nosotros mismos, hallándonos ante Cristo y ante el cristocentrismo ortodoxo. Orar así es querer parecer piadosos ante los demás.

Y, atención, que la Iglesia no se mueve por milagros. La Iglesia deifica al hombre sin milagros. No necesitamos de milagros. El milagro es una manifestación excepcional y Dios lo ejecuta sólo cuando Él lo cree necesario. Durante Su vida terrenal, Cristo obró milagros por distintos motivos. No los obró cuando se lo pidieron los escribas y los fariseos, porque no tenía sentido hacerlo. Cuando estaba en la cruz, le gritaban: “¡Si eres el Hijo de Dios, bájate de la cruz, y creeremos en Ti!”. Pero no tenía sentido hacerlo, respondiendo a un razonamiento humano errado y a los gritos de aquellas personas. Él sabía que, aún descendiendo de la cruz, no hubieran creído en Él.



 

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