¡Solamente Tú, y nadie más, serás mi Señor en todos los días de mi vida!
“¡Señor mío y Dios mío! Aquí, frente al Altar, puedo tocar Tu Cuerpo crucificado, aquí puedo ver Tu Sangre, la misma que brotó de Tu costado”.
En verdad, es considerable el trabajo de conocer al Señor, sin embargo, este esfuerzo es facilitado por el hecho que la Iglesia eleva sin cesar nuestros pensamientos hacia Él. En la iglesia, como en una escuela, diariamente se nos habla de Cristo. En ella, los cánticos, las oraciones y los íconos nos muestran a Cristo Crucificado, Resucitado, y en el Reino de los Cielos, a la diestra del Padre. Lo único que tenemos que hacer es abrir nuestros oídos y escuchar con toda atención, porque aprenderemos muchas cosas del Señor, Quien es nuestro Salvador, nuestro Redentor. Quienes no escuchen o no quieran hacerlo, no recibirán nada de lo mencionado.
Si realmente quieres escuchar, sacude de tu mente todos los pensamientos dañinos, como si fueran un polvo acumulado en tu cabeza, y toma con calma las preocupaciones ordinarias —materiales— de cada día. No pienses en otra cosa que no sea lo que escuchas en la iglesia. En la iglesia se nos recuerda que a cada uno se nos da el Cuerpo de Cristo y Su Sangre en el Cáliz Real. Piensa en esto, alégrate por esto, a esto témele, y juntos estaremos abarcando al Señor con toda nuestra mente y todo nuestro pensamiento, y podremos exclamar con el Apóstol: “¡Señor mío y Dios mío! Aquí, frente al Altar, puedo tocar Tu Cuerpo crucificado, aquí puedo ver Tu Sangre, la misma que brotó de Tu costado. ¡Solamente Tú, y nadie más, serás mi Señor en todos los días de mi vida!”.
(Traducido de: Sfântul Inochentie al Penzei, Viața care duce la Cer, traducere de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2012, pp. 150-151)