Sólo después de la primera impresión puedes saber quién es la persona en realidad
Para poder ver lo que hay detrás de cada rostro y cada apariencia, debemos analizar mucho y observar con muchísima atención.
Tanto Adán y Eva como sus descendientes, veían y ven las cosas del mundo sólo en su aspecto exterior, ése que cambia continuamente, que viene y va, así como bellamente dice el Apóstol Pablo a los corintios: “piensen que este mundo pasará” (I Corintios 7, 31). Sin embargo, no podemos ver lo que hay en el interior de las cosas de este mundo.
Vemos un hombre elegante o una mujer hermosa, pero no sabemos si se trata de personas buenas y sanas. Nuestros ojos no pueden ver lo que se esconde debajo de la piel y no podemos decir si aquel hombre es virtuoso, inteligente, capaz, fuerte, santo, carismático... O si se trata de un villano, de un ladrón bello, de un dictador o un truhán apuesto, de un mentiroso o un estafador refinado. […]
Junto a la caída (del Paraíso), perdimos la capacidad de ver en lo profundo, de juzgar y razonar correctamente sobre las cosas del mundo, y de nombrar adecuadamente a los seres. Tal es la razón por la cual Cristo nos dice: “No juzguen por las apariencias, sino que juzguen lo que es justo” (Juan 7, 24).
Así las cosas, para poder ver lo que hay detrás de cada rostro y cada apariencia, debemos analizar mucho y observar con muchísima atención. Sólo así seremos capaces de afirmar, con prudencia, que aquel es un hombre bueno, que aquella mujer no lo es, que tal cosa es útil y que tal otra es dañina. ¡Si tan sólo tuviéramos los ojos de Adán, para poder ver la verdad a nuestro alrededor, para no equivocarnos y que nadie nos mintiera! Pero perdimos ese privilegio, con el pecado primordial.
(Traducido de: Arhimandritul Spiridonos Logothetis, Răspunsuri la întrebări ale tinerilor – Ortodoxia şi lumea, traducere din limba greacă de Părintele Şerban Tica, Editura Sophia, Bucureşti, 2012, pp. 62-63)