Solo el amor…
Si nos esforzamos en amar a Dios y a nuestros semejantes, según la medida de nuestras posibilidades, nos hallaremos en el buen camino, en el verdadero significado de la felicidad.
El recordado padre Serafín Popescu me dijo una vez, después de haberme confesado, estas palabras que más bien eran un mandato: “¡Tienes que dejarte atrás a ti mismo y aprender a entregarte a tus semejantes!”. No me dio ninguna otra explicación, y siempre he pensado que se refería a la importancia de renunciar a uno mismo por la fe y entregarse a los otros por medio del amor.
Si nos esforzamos en amar a Dios y a nuestros semejantes, según la medida de nuestras posibilidades, nos hallaremos en el buen camino, en el verdadero significado de la felicidad, descendiendo al nivel de aquel que así lo requiere y alzando a quien necesita que lo levantemos. Solamente quien ama sabe cómo lograr todo esto.
Es importante mencionar que la persona que cultiva el amor es siempre afable y honesta.
No nos olvidemos de nuestro semejante, especialmente de quien está a nuestro lado, porque el sentido de nuestro semejante más próximo es el de ayudarnos a multiplicar el amor. Dice San Antonio el Grante, en el Paterikón: “De nuestro semejante viene tanto la vida como la muerte. Si ayudamos a nuestro hermano, nos acercamos a Dios, y si le hacemos el mal a nuestro semejante, a Cristo mismo estamos ofendiendo”. Y el venerable Juan Colobos decía que “nadie construye una casa empezando desde el techo, sino desde los cimientos”. Cuando le preguntaron qué significaba esto, dijo: “El cimiento es mi semejante, a quien debo servir primero, porque en él se centran todos los mandamientos de Cristo”. Luego, nuestra enmienda, nuestro avance, la posibilidad de superarnos a nosotros mismos, todo esto depende de nuestra relación con quienes nos rodean.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniți de luați bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 73-74)