Sopesemos los hechos de nuestra vida con la balanza de la eternidad
Mientras más te interrogues sobre tu eternidad, en esa misma medida tu mente se sacudirá todos los pensamientos vanos de este mundo, haciéndose más sabia con el don de Dios.
“Ha sido dispuesto que los hombres mueran una vez, y después venga el juicio” (Hebreos 9, 27-28).
Aunque la vida esté llena de deleites, algún día se va a terminar y nos tocará estar frente al Juez Justo, para rendir cuentas de todas las acciones, palabras y secretos de nuestro corazón. Entonces, ese pensamiento, el del juicio que vendrá después de morir, debería acompañarnos en todas nuestras acciones, para ayudarnos a librarnos de muchísimas tentaciones, provenientes de enemigos visibles e invisibles. Es decir, debemos sopesar nuestras acciones con la balanza de la eternidad, guiados, en todo lo que hagamos, por la certeza de que el ojo de Dios nos ve y nos juzga. Como dijo uno de los Padres de la Iglesia:
“El que desee librarse de los engaños del maligno, para no caer en las terribles profundidades del infierno, que mantenga siempre su mente y su corazón en la estremecedora sentencia que da el Justo Juez en contra de los pecadores.”
Vendrá el día en el que el Señor hablará y el hombre escuchará la terrible sentencia que marcará su futuro eterno. Mientras estamos en este mundo, nos esforzamos y sufrimos, nos entristecemos y suspiramos, buscando siempre esa paz que el mundo promete, pero que no puede dar.
Cuando atravesemos el umbral de esta vida, para emprender el viaje sin retorno de la eternidad, deberemos presentarnos frente al trono de juicio de Dios. Este viaje debe andarse con el bastón diario y con la mochila de las buenas obras. Para prepararnos bien para nuestro último día, lo mejor es tener siempre en mente la pregunta de aquel joven del Evangelio:
“¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (Lucas 18,18).
Mientras más te interrogues sobre tu eternidad, en esa misma medida tu mente se sacudirá todos los vanos pensamientos de este mundo, haciéndose más sabia con el don de Dios. Porque, de acuerdo a lo que dice uno de los Santos Padres, ¡pensar en nuestra muerte ofrece felicidad eterna a nuestra alma! Practicando esto, la vida transcurre de otra manera, cuando nos damos cuenta que nuestras acciones, nuestras palabras y hasta nuestros pensamientos serán juzgados por Dios. ¡Qué vergüenza sentimos cuando nos encontramos de frente con alguien a quien hemos ofendido! ¿Cómo nos presentaremos, entonces, ante Dios? ¡Y cómo lo escucharemos pronunciándose...!
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Lupta duhovniceasca cu lumea, trupul şi diavolul, ediție revizuită, Editura Agaton, Făgăraș, 2009, pp. 96-98)