“Sumerge nuestros incontables pecados en el abismo de Tu misericordia”
No el Señor, sino el Espíritu Santo, el Consolador, será quien sellará nuestra victoria eterna, en conformidad con Su justicia divina.
San Juan Crisóstomo sostiene que, si Cristo no hubiera dicho, al ser crucificado, “Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen”, nadie obtendría el perdón de sus pecados. Sus palabras son eternas, porque están selladas con Su muerte y Resurrección. Su poder pervivirá hasta el fin de los tiempos y en la eternidad; por eso, sobre ellas podemos fundar nuestra vida entera, pidiéndole al Señor. “Sumerge nuestros incontables pecados en el abismo de Tu misericordia”, como decimos en las oraciones vespertinas. Ciertamente, nuestros pecados no son nada ante la inmensidad de la clemencia y la misericordia de Dios. Así, Él reprenderá al mundo con Su justicia, en conformidad con el amor a nuestros enemigos, y de acuerdo con el el amor que destruye el pecado. Un día, un filósofo pagano le preguntó a uno de los padres del desierto: “¿Crees en el Crucificado?”. Y el asceta respondió: “¡Sí, creo en Aquel que aniquiló el pecado en la Cruz!”.
En verdad, la justicia pronunciada en la Cruz quita el pecado del mundo y vence al señor de lo terrenal. El Espíritu Santo amonestará a la humanidad entera, y los hijos de este mundo, quienes trabajan en pos de la justicia terrenal, no encontrarán palabras de justificación. Sin embargo, aquellos que han recibido el Espíritu Santo verán la victoria de Cristo en su misma vida, demostrando que Él es el Vencedor de este mundo. “Un poco, y ya no me veréis” (Juan 16, 16), dijo el Señor. En otras palabras, no el Señor, sino el Espíritu Santo, el Consolador, será quien sellará nuestra victoria eterna, en conformidad con Su justicia divina.
(Traducido de: Arhimandritul Zaharia Zaharou, Adu-ți aminte de dragostea cea dintâi (Apocalipsa 2, 4-5). Cele trei perioade ale vieții duhovnicești în teologia Părintelui Sofronie, Editura Doxologia, Iași, 2015, pp. 60-61)