¡Te agradezco, Señor, por todo!
Que cada uno se pregunte: ¿le agradecemos diariamente a Dios por todos los dones recibidos? ¿O acaso nos olvidamos de este mandamiento? Porque el Santo Apóstol Pablo nos preceptúa: Agradezcan por todo (I Tesalonicenses 5, 18; Efesios 5, 20).
Es nuestro deber agradecerle al Señor, día y noche, por todo lo que recibimos de parte Suya. Porque el desagradecido enfada a Dios y, en vez de cosas buenas, aciagas recibe, como enfermedades, percances, congojas y el castigo eterno. Creo que ya saben lo que sucedió con los hebreos desagradecidos de la antigua ley. O lo que pasó con aquel ladrón contumaz del pasaje evangélico. Conocen, igualmente, la historia de aquellos leprosos ingratos, también en el Evangelio. Todos ellos le suplicaban al Hijo de Dios, entre gritos, que se apiadara de ellos y los sanara. Pero después, al verse libres de su terrible enfermedad, tan sólo uno volvió hacia Cristo y, cayendo de rodillas, le agradeció entre lágrimas. Por eso fue que el Señor dijo: “¿No han sido sanados los diez? ¿Dónde están los otros nueve?¿Así que ninguno volvió a glorificar a Dios fuera de este extranjero? Levántate y vete; tu fe te ha salvado.” (Lucas 17, 17-19).
¿Vieron cómo el que agradece se salva, porque tiene fe en Dios? Mas el desagradecido se aleja de Dios, porque no se arrepiente, solazándose en el pecado. Por eso habrá de morir en tal estado, siendo castigado en el infierno.
Ahora, que cada uno se pregunte: ¿le agradecemos diariamente a Dios por todos los dones recibidos? ¿O acaso nos olvidamos de este mandamiento? Porque el Santo Apóstol Pablo nos preceptúa: “Agradezcan por todo” (I Tesalonicenses 5, 18; Efesios 5, 20).
(Traducido de: Arhimandrit Cleopa Ilie, Predici la Duminicile de peste an, Editura Mânăstirea Sihăstria, 2007, p. 268)