¿Te crees el más importante de todos?
Ante aquello que pudiera perjudicar su superioridad, el orgulloso se muestra severo y agresivo, deseando proteger, a cualquier precio, la imagen que tiene de sí mismo y que desea imponer a todos.
Creyéndose superior a los demás, buscando la forma de aventajarlos, considerándose en un lugar más alto que todos y poniéndose en el centro de todo lo que sucede, atribuyéndose cualidades y virtudes o estimando que, al menos en lo que respecta a algunas de ellas, es un experto, el hombre orgulloso llega a autodivinizarse. Hace de sí mismo un “pequeño dios”, asumiendo el lugar del Dios Verdadero, Quien es verdaderamente absoluto, el culmen y el centro, el principio y el final de todo lo creado, Quien da sentido y valor a cada cosa; Él es la fuente y el cimiento de todas las virtudes y de todo bien, y el origen de la perfección.
Debido a que se absolutiza a sí mismo, el soberbio no admite ningún rival ni tolera ninguna comparación que podría ponerlo en situación de inferioridad, y le teme a todo lo que podría socavar el aprecio que se tiene a sí mismo. Por esta razón y para reafirmar su superioridad ante los demás, juzga sin piedad a su semejante, lo desprecia y lo humilla. Y ante aquello que pudiera perjudicar su superioridad, se muestra severo y agresivo, deseando proteger, a cualquier precio, la imagen que tiene de sí mismo y que desea imponer a todos. El hombre orgulloso desprecia y humilla a su semejante, porque aparta a Dios y toma Su lugar, rehuyendo ver la imagen divina en los demás, imagen que hace de cada hombre un hijo de Dios y que le confiere, por participación, la dignidad y la superioridad de Dios Mismo.
(Traducido de: Jean-Claude Larchet, Terapeutica bolilor spirituale, Editura Sophia, București, 2001, p. 214)