El egoísmo es la raíz y la causa de todos los males. Quien se aparta de Dios, ¿en quién más podría apoyarse, sino en sí mismo? Él se convierte en su propio sostén... ¡tal es el egoísmo! Puede que al espíritu de la blasfemia se le haya permitdo dominar y atormentar tanto al hombre, precisamente porque en él pervive el egoísmo desmedido. Por eso es que debemos luchar en contra suya. Por el contrario, la humildad es la raíz y la causa de todo bien, porque todo lo bueno proviene de Dios, y “Él se opone a los orgullosos, en tanto que a los humildes les otorga la Gracia” (Santiago 4, 6).

¡Pidámosle al Señor que arranque de nuestras almas esa velada pasión y, con ella, los pensamientos blasfemos!

(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Călăuzire către viața duhovnicească, Editura Egumenița, Galați, p. 155)