Amamos a la Madre del Señor, porque sentimos en ella una forma especial de ver la Palabra de Dios dirigida a Pablo: “Mi poder se muestra en la debilidad” (II Corintios 12, 9). Podemos ver a esa frágil doncella de Israel, a esa pequeña muchacha, derrotando al pecado que, por su naturaleza humana, podría haber en ella misma, venciendo al infierno, venciendo todo con la fuerza de Dios que hay en su interior.

Por eso, en momentos como en las persecuciones, cuando en verdad el poder de Dios no se muestra en otra cosa sino en la debilidad, la Santísima Virgen se presenta ante nuestros ojos de un modo excelso y poderoso. Si ella pudo vencer al mundo y al infierno, significa que en ella tenemos una fortaleza muy sólida, alguien que puede interceder por nosotros y auxiliarnos. Sabemos que en ella no hay ninguna discordancia con la voluntad de Dios. Ella se mantiene en perfecta armonía con Él. Por eso, al orar le decimos: “¡Sálvanos!”, y no un simple: “¡Ora por nosotros!”. 

(Traducido de: Mitropolitul Antonie de Suroj, Școala rugăciunii, traducere de Gheorghe Fedorovici, Editura Sophia, București, 2006, p. 146)