Todo lo que ocurre cuando nos hacemos “siervos” del bien
En nuestro interior hay dos mundos: uno bueno y uno malo. Ambos beben su fuerza de la misma fuente.
En nuestro interior hay dos mundos: uno bueno y uno malo. Ambos beben su fuerza de la misma fuente. Esa fuerza es como una batería. Si a ella se conecta el mal, nos lleva al desastre. Si, por el contrario, es el bien quien la utiliza, todo en nuestra vida es bello, tranquilo, divino. Luego, esa misma fuerza puede alimentar sea el “yo” bueno, o el “yo” malo. Somos siervos del uno o del otro. Luego, lo que tenemos que hacer es buscar ser del “yo” bueno, no del malo.
Les daré un ejemplo más. En todos los rincones del mundo existen las ondas hertzianas, aunque no las veamos. Una vez encendemos un receptor, las sentimos, las escuchamos.
Lo mismo ocurre cuando penetramos en el mundo espiritual. Vivimos en Cristo… ¡volamos! Y experimentamos grandes alegrías y momentos espirituales. Entonces, poco a poco, nos vamos haciendo siervos del bien, siervos de Cristo. Y cuando la persona se vuelve sierva del bien, deja de murmurar, de odiar, de mentir. No puede, aunque quisiera. ¿Cómo podría venir a su alma el maligno, para llenársela de desesperanza, de desconsuelo, de desidia y de otras cosas semejantes? La Gracia Divina la ha rebosado y el demonio no tiene cómo entrar en ella. No puede entrar, porque la recámara del alma está llena de sus “mejores amigos” espirituales, como los ángeles, los santos, los mártires y, especialmente, el Señor. Al contrario, cuando la persona se somete a su “yo” anterior y decrépito, se deja dominar por el espíritu del mal y es incapaz de obrar el bien; se llena de toda clase de perversiones, de ira, del deseo de juzgar a los demás, etc.
(Traducido de: MNe vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, pp. 240-241)