Palabras de espiritualidad

Todo lo que puede lograr una palabra suave y bien intencionada

  • Foto: Bogdan Zamfirescu

    Foto: Bogdan Zamfirescu

Estas palabras cayeron sobre el alma de la monja como una dulce lluvia sobre la tierra seca y sedienta. Con esto, obtuvo un doble provecho: en primer lugar, se sintió hondamente avergonzada, y, al mismo tiempo, se llenó de esperanza. ¡Y esas son las dos condiciones esenciales para enmendar nuestro camino!

«Me escribes, contándome que siempre has preferido decir la verdad de cara, y que por este motivo has sufrido un sinfín de sinsabores en esta vida. No me soprende. Pocos son los enfermos que aman que el médico les informe que tienen una enfermedad mortal e incurable. El amor al prójimo nos impone no reprender a nuestro hermano con dureza, sino hablarle de un modo que le resulte útil para su salvación. Acuérdate de que nuestro Señor no reprendió a la mujer adúltera que los fariseos llevaban para lapidarla, sino que le dijo con bondad: “¡Vete y un vuelvas a pecar!”. Cuando Ananías fue a visitar a Saulo, estando este ciego, no lo atacó con reproches y acusaciones por haber perseguido a los cristianos, sino que le habló evangélicamente: “¡Saulo, hermano!” (Hechos 9,17).

Un día, una monja fue a buscar a San Serafín de Sarov. Cuando este la recibió, la monja le contó, con un profundo pesar, que sufría de una irascibilidad permanente y que muchas veces se veía presa de verdaderas crisis o accesos de furia. Cuando terminó de contarle todo a San Serafín, se quedó callads, esperando que este la regañara y le impusiera un severo canon de penitencia. Sin embargo, en vez de ello, lo que le respondió San Serafín fue lo siguiente: “¿Qué dices, hermana? ¡Pero si tú tienes un carácter maravilloso! ¡Yo a ti te veo como una persona buena y humilde!”. Estas palabras cayeron sobre el alma de la monja como una dulce lluvia sobre la tierra seca y sedienta. Con esto, obtuvo un doble provecho: en primer lugar, se sintió hondamente avergonzada, y, al mismo tiempo, se llenó de esperanza. ¡Y esas son las dos condiciones esenciales para enmendar nuestro camino! Este ejemplo nos enseña la forma en que, animando a nuestros semejantes con palabras (buenas y de aliento), los ayudamos también con nuestros actos».

(Traducido de: Episcopul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. 2, Editura Sophia, Bucureşti, 2003,  pp. 208-209