¿Tu propio orgullo te impide verte como alguien a quien le falta la humildad?
Muchas veces, el maligno te presenta las cosas encubuiertas, y no te das cuenta cuando actúas guiado por ese orgullo. Si, por el contrario, el hombre se mantiene alerta y se analiza continuamente, notará rápidamente en qué punto ha actuado con orgullo.
Padre, a mí me cuesta darme cuenta de si soy o no una persona orgullosa.
—En este caso, lo que hay en tu interior es un orgullo general. Muchas veces, el maligno te presenta las cosas encubuiertas, y no te das cuenta cuando actúas guiado por ese orgullo. Si, por el contrario, el hombre se mantiene alerta y se analiza continuamente, notará rápidamente en qué punto ha actuado con orgullo. Y aunque no sienta la totalidad del orgullo que subsiste en su interior, al menos podrá percibirlo y ser consciente de su existencia. Verá, entonces, cómo siente en su interior una satisfacción claramente egoísta, una superioridad particular ante los demás.
¿Qué pasa cuando la persona no observa para nada el orgullo que hay en su interior?
—Entonces actúan las leyes espirituales. Se envanece, cae y se humilla. Se envanece nuevamente, cae otra vez, y otra vez se humilla. Y así se va desarrollando su vida, con esa dinámica orgullo-humildad, orgullo-humildad.
El problema es que dicha forma de humildad no constituye una virtud, sino que es el resultado de ditintas leyes espirituales que entran en acción. Es decir, el hombre se humilla sin quererlo y sin obtener provecho de ello. ¿Qué pasa, entonces? Que llega a un empantanamiento, se bloquea. Con todo, se le da la oportunidad de entender que no está haciendo bien las cosas. Pondré un ejemplo personal. Le digo a una monja: “¡Qué bien pintaste este ícono!”. Si se envanece, cuando pinte otro ícono, dirá: “Me esforzaré en pintar mucho mejor este ícono, para que nuevamente el padre me felicite”. Y, al final, lo que le sale es una caricatura. Yo la corrijo, pero, debido a que ella misma se dice en su interior: “Ahora lo pintaré exactamente como dijo el padre, y espero que esta vez sí me felicite”, nuevamente terminará haciendo una triste caricatura.
¿Es posible que ella misma considere que su obra es buena?
—¡Por supuesto! Es posible que para ella ese ícono sea una obra maestra, y venga corriendo a decirme: “¿Qué le parece, padre? ¿Está bien hecho este ícono?”. Pero yo le diré que a mí me parece una caricatura, y entonces lo entenderá.
¿Y si no lo entiende?
—Entonces es que su orgullo se ha endurecido y seguirá cometiendo el mismo error. Le digas lo que le digas, no podrás sacarla de su empecinamiento.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovniceşti, Vol. V - Patimi și virtuți, Editura Evanghelismos, București, 2007, pp. 56-57)