Palabras de espiritualidad

Un bello relato sobre el valor de la humildad y la sencillez

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Después de escuchar las recomendaciones de su superior, el monje señaló el ícono de nuestro Señor Crucificado, y preguntó: “Padre, ¿quién es Ese que está ahí clavado? Llevo aquí ya varios días, y jamás lo he visto que baje a comer o a beber un poco de agua”.

¿Puede un hombre conocer los misterios de Dios, aun sin ser un gran estudioso?

—Sí, si tiene la santa simplicidad, no solo podrá conocer los misterios de Dios, sino también vivirlos. ¿Se acuerdan de aquel sencillo monje que se hizo digno de comer con Cristo? Antes de hacerse monje, era un humilde pastor, y lo único que le preocupaba era cómo salvar su alma. Un día, se encontró con un eremita, quien le dijo: “Si quieres alcanzar la salvación, tienes que seguir recto, por el camino de la verdad”.  Pero nuestro pastor tomó esas palabras en sentido literal y, al día siguiente, se puso en marcha. Durante tres días caminó recto, sin desviarse, hasta que llegó a un monasterio. Ahí, el higúmeno reconoció el auténtico deseo de salvación de aquel humilde hombre. Así, lo tonsuró y lo puso a ayudar en la iglesia. Un día, mientras hacía limpieza en el templo, el higúmeno pasó a verlo y le aconsejó que trabajara con más diligencia. Después de escuchar las recomendaciones de su superior, el monje señaló el ícono de nuestro Señor Crucificado, y preguntó: “Padre, ¿quién es Ese que está ahí clavado? Llevo aquí ya varios días, y jamás lo he visto que baje a comer o a beber un poco de agua”. Admirado por la sencillez del monje, el higúmeno respondió: “Es alguien a quien castigué porque no quería trabajar bien. Por eso, le impuse que se quedara ahí”. El monje lo escuchó sin decir nada. Esa noche, tomó su porción de comida y se encerró en la iglesia. Se detuvo a los pies del Crucificado y le dijo con dolor: “¡Baja, hermano, para que comamos juntos!”. Entonces Cristo descendió de la cruz y comió con él, para después prometerle que lo llevaría a la casa de Su Padre, donde la felicidad es eterna. Y, en verdad, a los pocos días el humilde monje entregó su alma, en una paz perfecta. ¡No importa si era inculto o no, pero se hizo digno de la vida eterna, por su sencillez y su pureza de alma!

(Traducido de: Cuviosul Paisie AghioritulPatimi și virtuți, Editura Evanghelismos, București, 2007, pp. 275-276)