Palabras de espiritualidad

Un breve pero aleccionador relato sobre la obediencia

    • Foto: Victor Larie

      Foto: Victor Larie

Quien tenga un mentor espiritual debe amarlo como a un padre y respetarlo como a su superior.

Dijo el abbá Isidoro: ‟Quien tenga un mentor espiritual debe amarlo como a un padre y respetarlo como a su superior, sin renunciar a ese temor invocando el amor como causa, ni denigrar el amor basándose únicamente en el temor”.

Se dice que el padre Juan, discípulo del abbá Pablo, era muy obediente. Un día, mientras caminaban por un lugar muy retirado, atravesaron un antiguo cementerio, en el cual se sabía que vivía una peligrosa hiena. El abbá Pablo vio que había un pequeño sembradío de cebollas silvestres entre las tumbas, así que le ordenó a Juan que fuera y las trajera. Pero este, preocupado, preguntó: ‟¿Qué hago con la hiena, padre?”. Con voz grave, el stárets respondió: Si se abalanza sobre ti, amárrala y tráela aquí”.

El monje esperó a que oscureciera un poco, para correr directamente al lugar donde estaban las cebollas. En ese instante, la hiena se lanzó sobre él, con la intención de devorarlo. Pero el padre Juan, recordando el mandato de su stárets, en vez de poner pies en polvorosa intentó atraparla. Tan inesperado gesto asustó al animal, que buscó la manera de zafarse y escapar. Sin embargo, el decidido monje la cogió con fuerza, mientras decía: “¡Mi padre espiritual me ordenó que te atara!”. Y así lo hizo. Un poco más lejos, el anciano Pablo esperaba el regreso de su discípulo. Cuando lo vio volver con la hiena en brazos, se llenó de asombro. Entonces, con la intención de llevar a la humildad a su discípulo, le dio un golpe en el hombro, mientras le decía: “Pero, insensato ¿por qué me traes un perro salvaje?”. Y, desatando al animal, lo dejó huir.

(Traducido de: Everghetinosul, vol. 1-2, traducere de Ștefan Voronca, Editura Egumenița, Galați, 2009, p. 183)