Un Dios que se hizo uno de nosotros…
Estamos hablando de un Dios al que aceptamos con veneración y temor, porque nos llama a ser como Él, dando un vuelco a todos los valores y llenando todas las cosas de un sentido totalmente nuevo.
Todos los dioses del mundo antiguo eran muy grandes; representaban la suma total de todo lo que era apreciado y admirado: la justicia, la sabiduría, la bondad, el poder. Solamente el Dios revelado en Cristo anula la imaginación humana, de manera que no podía ser inventado por el hombre. Un Dios con aspecto de siervo, vulnerable, despreciado, humillado, rechazado, confrontado, asesinado, excluido y condenado ante los ojos de los hombres. Un Dios al que nadie desearía inventar o poseer. Un Dios que puede ser descubierto cuando Él Mismo se revela. Un Dios al que aceptamos con veneración y temor, porque nos llama a ser como Él, dando un vuelco a todos los valores y llenando todas las cosas de un sentido totalmente nuevo.
(Traducido de: Mitropolitul Antonie de Suroj, Făcând din viață rugăciune, Editura Sofia, p. 40)