Un ejemplo de la auténtica oración por nuestro prójimo
Si no logramos orar con los labios —porque podría pasar que esto no nos resulte fácil—, al menos hagámoslo con el corazón lleno del deseo de ofrendarnos, sumando a esto nuestra paciencia y nuestra perseverancia.
Una anciana sencilla y piadosa se enteró de que un hombre al que respetaba mucho había renunciado a la estricta vida espiritual que llevaba, y esto le dolió mucho. Volvió a su casa, se encerró en su habitación y, llena de fe, empezó a orar así:
—Señor, no me levantaré de aquí, no me llevaré una sola migaja de pan a la boca, no beberé una sola de agua ni cerraré mis cansados ojos hasta que me atiendas y hagas que aquel hombre vuelva a su vida de antes.
De esta forma, la anciana puso en práctica el sacrificio prometido, orando sin cesar, con los ojos llenos de lágrimas. Cuando sintió que sus fuerzas empezaban a languidecer, no dejó de luchar:
—Aunque caiga muerta en este lugar, no renunciaré a mi cometido mientras el Señor no me escuche.
Los resultados de esta oración viva y ferviente no tardaron en mostrarse. La anciana recibió, de forma mística, en su corazón, el anuncio de que aquel hombre se había enmendado, volviendo a su virtuosa forma de vida. Después de esto, la anciana quiso comprobarlo con sus propios ojos y, viendo dicha transformación in situ, comenzó a llorar profusamente, llena de una inmensa gratitud hacia Dios.
Esta es la forma en que debemos llamar a nuestro Señor Dios. Si no logramos orar con los labios —porque podría pasar que esto no nos resulte fácil—, al menos hagámoslo con el corazón lleno del deseo de ofrendarnos, sumando a esto nuestra paciencia y nuestra perseverancia. Si actuamos así, es seguro que Dios nos responderá y nos dará lo que deseamos.
(Traducido de: Ne vorbește Sfântul Teofan Zăvorâtul – Scrisori, Editura Egumenița, p. 17)