Palabras de espiritualidad

Un ejemplo de paciencia del que todos podemos aprender

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

“¿Qué crees, hija? ¿Acaso yo no sé hablar? Claro que sé hablar, pero pienso en las consecuencias y por eso callo.

La indulgencia y la paciencia del padre Nicolás (Planas) no tenían límites. Todo el tiempo llevaba un acompañante que lo ayudaba en lo que fuera necesario, si no había nadie más en la iglesia. Su nombre era Miguel. Este era un hombre muy sencillo y amaba sinceramente al padre Nicolás, pero al mismo tiempo lo atormentaba de distintas maneras, especialmente cuando no sabía controlar lo que decía y cómo lo decía. Por ejemplo, en los días más gélidos del invierno, en vez de quedarse en casa junto al fuego, Miguel acompañaba al padre Nicolás a la iglesia y permanecía con él hasta el final de los oficios litúrgicos. Por momentos, palmeaba al aire y se frotaba las manos con frenesí, con tal de calentarse un poco, mientras le gritaba al padre Nicolás, que estaba en el altar leyendo las listas de vivos y difuntos de los fieles: “¡Venga, padreeeee! ¿Acaso quiere sacar a todos los muertos del infierno, mientras nosotros morimos congelados?”. Y otra vez sacudía las manos y golpeaba el suelo con los pies, para entrar en calor, mientras afuera nevaba sin cesar.

En cierta ocasión, el padre ofició la Divina Liturgia en la capilla de Santa Ana, en la calle del Rey Jorge. Al terminar todas sus labores, más o menos a las tres de la tarde, extenuado, el padre salió al jardín de la iglesia y se sentó sobre un tronco de madera, para descansar un poco. En pocos minutos se quedó profundamente dormido. Al verlo, Miguel corrió hacia él, presuntamente preocupado, y, tomándolo de los hombros, lo sacudió fuertemente, gritando: “¡Se va a resfriar, padreeee!”. El pobre Miguel apenas podía mantenerse erguido, porque, a veces, en lo que el padre terminaba la Liturgia, aprovechaba y se iba a beber a algún establecimiento cercano.  Ese día le dio un fuerte susto al padre Nicolás. Todos los que estábamos presentes en el lugar empezamos a reñir a Miguel, reprochándole su insensato comportamiento. Pero el padre, con su sincera humildad, intercedió: “No lo regañen… Me quiere mucho y por eso no me permite que me engrandezca”. El padre nos dejó callados y ninguno de nosotros supo qué más decir...

Hasta los niños más pequeños pueden volverse irascibles y egoístas. Y el padre nos enseñó en qué consisten el egoísmo y la ira.

Una sola cosa lo entristecía: que lo interrumpieran al orar. Un día, Miguel no lo dejó hacer la Paráclesis a la Madre del Señor, después de la Liturgia. El resto del día, al padre se le vio cabizbajo, mientras susurraba: “¿Cómo está eso de que Miguel no te haya dejado hacer la Paráclesis?”, una y otra vez.

Algunas veces, cuando en la parroquia de San Juan surgía algún malentendido entre los sacristanes, el padre Nicolás se escondía detrás del altar, para no participar en ninguna discusión. Al mediodía, en una pequeña pausa, al aconsejar a una de sus hijas espirituales sobre la forma en que debía controlar su enojo, le diría: “¿Qué crees, hija? ¿Acaso yo no sé hablar? Claro que sé hablar, pero pienso en las consecuencias y por eso callo.

(Traducido de: Monahia MartaSfântul Nicolae Planas, traducere din limba greacă de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Schitul Lacu-Sfântul Munte Athos, Editura Evanghelismos, București, 2008, pp. 43-44)