Palabras de espiritualidad

Un gran pecador de hoy puede llegar a ser un gran santo mañana

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Mientras más creamos, mientras más confiemos en Él, mientras más lo amemos, más cerca estaremos de Dios y más intervendrá Él en nuestra vida tan llena de pecado.

Lo que más me asusta es que el hombre de hoy no cree que necesita arrepentirse. Se ha convertido, tristemente, en un insensato espiritual. Ha perdido el buen sentido y el remordimiento. A veces ni siquiera prevé que debe arrepentirse incesantemente. Esta grosera insensatez es una trampa terrible que lleva a la impenitencia, a la autosuficiencia, a la comparación con los peores y a un enfermo fariseísmo.

Es posible que algunas veces nuestras virtudes se conviertan en un certificado seguro para poder entrar al Paraíso, coronando nuestros logros. Sin embargo, como decía San Paisos de Athos, si viene Cristo y dice “el Cielo ya se llenó, no quedan más lugares”, ¿qué haríamos? ¿Renunciamos a Cristo, porque ya no hay Paraíso posible? No, los santos seguirán amando y siguiendo a Cristo siempre y en todo lugar, aunque el Paraíso ya esté lleno, porque no pueden existir sin Cristo. Así, podría decir que la contrición puede llevarnos más fácilmente ante Cristo, que el enaltecimiento oculto por la virtud que ya hemos alcanzado.

Ahora les diré algo que talvez les sorprenda, por eso buscaré la mejor forma de hacerlo. Los vicios son errores humanos, fracasos, alejamiento de Dios, diivinización de nuestro ego. No obstante, es posible que nuestros vicios espirituales, y aún las mismas tentaciones, nos lleven a una profunda contrición y humildad. Que el iracundo se arrepienta cada día y luche con denuedo, visitando con frecuencia a su confesor, con tal de limpiar su pecado entre lágrimas. Si no fuera un iracundo, talvez se envanecería por sus virtudes y dejaría de experimentar el arrepentimiento. Con esto no estoy diciendo que los pecados y los vicios sean necesarios para arrepentirmos, pero su misma presencia puede convertirsse en el fundamento de una sustancial conversión, transformación, renovación y renacimiento personal. Podrían ser el motivo para un encuentro esencial con el Dios vivo.

En verdad, las tentaciones de nuestra vida puede constituir una razón para madurar espiritualmente, para cultivarnos, a pesar de que nos hacen sufrir y nos entristecen. Pueden ser el motivo para buscar la salvación. Las tentaciones nos ponen los pies sobre la tierra, nos hacen humildes y estimulan nuestra oración. Nuestro Padre Celestial las permite, pedagógicamente, para el provecho de nuestra alma. Nuestras iniquidades son fuertes, pero no son tan terribles ni imposibles de vencer. Sucede que nos dan miedo y nos aterrorizan. Aunque algunas veces jugamos a escondidas con ellas. Los vicios, como dije, son errores, faltas, hechos que provienen del miedo y de la tendencia a buscar ser independientes de Dios.

Depende de la forma en que me humille, del modo en que sienta mi debilidad, mi pequeñez, mi estado de pecador, y el mismo amor de Dios, para que mis vicios desaparezcan. La Gracia de Dios es todopoderosa. No caigamos fácilmente en la desesperanza, no nos asustemos, no renunciemos y no temamos más. No dejemos nunca de empezar desde cero, no renunciemos a la buena lucha. Aquel “setenta veces siete” fue pronunciado también para nosotros. Significa “infinitas veces”. Luego, no desistamos. El demonio quiere atraparnos en su trampa mortal, haciéndonos caer en la desesperanza. Se te acerca y te dice. “¿Acaso no te das cuenta que no lo conseguirás? Cuántas veces lo has intentado... ¡Renuncia de una buena vez, infeliz de ti!”. Pero, con todo, Dios ve nuestra lucha llena de paciencia y seguramente nos ayudará.

Si aún en medio de sus iniquidades el hombre no pierde la fe y la esperanza, de alguna forma obliga a Dios a ser indulgente con él. Un gran pecador de hoy puede llegar a ser un gran santo mañana. Ciertas veces, también, algunos que parecen santos no lo son en realidad. San Juan Climaco dice que el hombre contrito puede alcanzar una pureza más grande que la que tenía antes de caer en pecado. Luego, no etiquetemos a las personas. Los santos pueden caer y los pecadores se pueden santificar. No clasifiquemos a las personas en justos y pecadores. Todos tenemos sitio en la iglesia. No juzguemos con ligereza a los demás. Dejemos que sea Dios quien hable. Alegrémonos solamente del arrepentimiento y la conversión de los otros.

Ponemos gesto de asombro cuando somos incapaces de creer que el lobo se convirtió en oveja. Esta era la fuerza milagrosa de nuestra Iglesia, de acuerdo a San Juan Crisóstomo. La infinita misericordia de nuestro Buen Dios puede transformar todas esas fuerzas. Cierto es que las iniquidades son muchas y muy grandes, pero la fuerza de nuestro Dios Todopoderoso las sobrepasa. De acuerdo a San Macario de Egipto, eliminar nuestros vicios no es algo humano, sino divino. “Mientras más ames a Dios, menos pecarás”, me dijo muy confiado el padre Porfirio al confesarme por primera vez. Mientras más creamos, mientras más confiemos en Él, mientras más lo amemos, más cerca estaremos de Dios y más intervendrá Él en nuestra vida tan llena de pecado.

(Traducido de: Moise Aghioritul, Omorârea patimilor, Ed. Εν πλω, Atena, 2011)