Un llamado de atención para todos los cristianos
¡Si tú, hermano, eres avaro y lento para practicar la caridad, pero pronto para alimentar tu codicia y tus pasiones, te suplico que reflexiones sobre todo esto!
Los campesinos ociosos y juerguistas, viendo cómo el agricultor cosecha los frutos de las semillas que plantó tiempo atrás y cómo se alboroza recogiéndolos, se lamentan y se entristecen, porque sus manos están vacías, debido a que no quisieron esforzarse en sembrar; por eso, no tienen nada qué cosechar y se quedan sin la esperanza de tener alimentos en su granero.
Lo mismo pasará con los cristianos que aman el lujo y las fiestas: cuando venga el fin de los tiempos y la resurrección de los muertos, es decir, cuando tenga lugar la siega de los cristianos (Mateo 13, 30), se avergonzarán, llorarán y se lamentarán cuando vean a los cristianos buenos recogiendo los frutos de sus semillas, porque se verán a ellos mismos con las manos vacías, en una pobreza extrema. Entonces se darán cuenta de que la riqueza malgastada entre vicios y lujos es inútil, porque lleva a la perdición a quien la desperdicia de tal manera. Por el contrario, la riqueza que es puesta en manos de los más necesitados, en el nombre de Cristo, no se pierde y es recibida de vuelta por centuplicado. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5, 7). Por otra parte, los que no hayan practicado la misericordia, tampoco la recibirán para ellos mismos, porque “tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia” (Santiago 2, 13). Y quienes en verdad hayan sido compasivos con sus semejantes, escucharán del Justo Juez: “Venid, benditos de Mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme” (Mateo 25, 34-36). Y los impíos amantes del lujo y el derroche, por haber malgastado los bienes que su Señor les otorgó y no haberlos compartido con los más necesitados, como unos siervos indignos e infieles, escucharán: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis” (Mateo 25, 41-43).
Cristo no necesita nuestro bien, porque Él Mismo es quien nos da todo. Lo que damos a los pobres, por Su inmenso amor a la humanidad, Cristo Mismo nos lo centuplica, porque dice: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 40). Y lo que no damos a los necesitados, a Cristo no se lo damos, porque dice: “Cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también Conmigo dejasteis de hacerlo” (Mateo 25, 45). Lo que se hace a los miembros, también a la cabeza se le hace. Y lo que no se les hace a los miembros, tampoco a la cabeza se le hace. Si hacemos el bien a los miembros, la cabeza nos devuelve ese bien multiplicado. ¡Si tú, hermano, eres avaro y lento para practicar la caridad, pero pronto para alimentar tu codicia y tus pasiones, te suplico que reflexiones sobre todo esto!
(Traducido de: Sfântul Tihon din Zadonsk, Comoară duhovnicească, din lume adunată, Editura Egumenița, Galați, 2008, pp. 95-96)