Un llanto redentor
“Lloro por haber malgastado los talentos que Dios me concedió... Lloro, padre, por haber dilapidado toda mi fortuna espiritual...”
Cuando te das cuenta del estado de pecado en el que te hallas sumido, en un momento determinado sientes como un escalofrío, un estremecimiento que recorre todo tu cuerpo. Tus manos se aprietan con firmeza, tu voz se apaga y de tus ojos comienzan a brotar gruesos goterones. Preciosas lágrimas, lágrimas de arrepentimiento... Son lágrimas que anuncian que está por nacer un hombre nuevo, una nueva criatura.
Recuerdo que, en mis años de sacerdote en el área rural, una vez me encontré con un hombre que lloraba desconsoladamente, como si toda su familia hubiera muerto.
—¿Qué te pasa, amada alma, que lloras con tanta amargura? ¿Ha muerto algún familiar tuyo, o es que has sufrido alguna pérdida material? —le pregunté.
—¡Oh, querido padre...! No me ha ocurrido nada de eso. Lloro por mí mismo... Lloro por haber malgastado los talentos que Dios me concedió... Lloro, padre, por haber dilapidado toda mi fortuna espiritual —me respondió él.
—Llora entonces, amada alma —le dije—, porque tus lágrimas son santas, son lágrimas que utiliza el Espíritu de Dios para obrar, son lágrimas que anuncian la salvación de tu alma.
(Traducido de: Preotul Iosif Trifa, Oglinda inimii omului, Editura Oastea Domnului, Sibiu, 2009, p. 41)