Palabras de espiritualidad

Un relato bíblico muy valioso para entender el sentido de la maternidad

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

No tomemos a la ligera el estudio de esos acontecimientos, sino que cada quien extraiga una enseñanza y la aplique en la crianza de sus propios hijos. ¡Hablémosles de este relato tan lleno de provecho y amor materno!

Todas las mamás tendrían que leer el relato de los hermanos Macabeos y su madre. Y “envidiar” el valor de esta mujer, así como su ternura. ¡Y educar a sus hijos de la misma manera! Porque no puedes llamarte “madre” solamente por el simple hecho de haber dado a luz a tus hijos; esto es algo propio de la naturaleza femenina. ¡Lo que te hace una verdadera madre es el esfuerzo que pones en criar y educar a tus hijos! Y si en verdad quieres entender que lo que te hace una verdadera madre no es el hecho de engendrar y dar a luz, sino el denuedo y la entrega con que crias a tus hijos, escucha al Santo Apóstol Pablo, quien encomia a las viudas no solamente por el hecho de haber traído hijos al mundo, sino por haberlos criado correctamente. Porque, después de decir: “Para ser inscrita en el grupo de las viudas, ha de tener por lo menos sesenta años, haberse casado una sola vez y estar acreditada por sus buenas obras”, agrega inmediatamente después unas palabras que demuestran cuál es la tarea más importante de la mujer. ¿Cuál? La crianza de los hijos, dice San Pablo.

Pensemos, entonces, en lo que había en el corazón de aquella mujer, si se le puede llamar así, quien presenció cómo a uno de sus hijos le quemaban los dedos, cómo lo decapitaban, cómo le desgarraban la piel al segundo y, aún así, permanecía de pie y clamaba: “¡Aunque me cortéis la lengua, Dios escucha el clamor de los que callan! ¡Qué dulce es sufrir por Dios!”. ¿Cómo podía seguir abriendo la boca? ¿Cómo podía mover la lengua?

Pero, volviendo a la madre, ¿cómo fue que no murió en el acto, viendo a sus hijos sufrir de forma tan atroz? Yo se los diré: porque no se aferraba a las cosas terrenales, sino que mantenía la mirada dirigida a la eternidad.  El único temor que ella tenía era que el tirano se compadeciera y, haciendo cesar el tormento de los muchachos, los privara de la corona del martirio. Y la prueba de esto es que, de cierta manera, “empujó” al último de ellos con sus propias manos a la sartén hirviendo, solo que, en vez de sus manos, lo que utilizó fue la palabra, instándolo al martirio. No tomemos a la ligera el estudio de esos acontecimientos, sino que cada quien extraiga una enseñanza y la aplique en la crianza de sus propios hijos. ¡Hablémosles de este relato tan lleno de provecho y amor materno!

(Traducido de: Cuvânt al Sfântului Ioan Gură de Aur extras din Le Quatrième livre des Macchabées, Editions de Par Albocicade, 2010, p. 43)

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