Palabras de espiritualidad

Un relato que nos enseña el poder de la mansedumbre y la humildad

    • Foto: Tudor Zaporojanu

      Foto: Tudor Zaporojanu

Por causa de su propio orgullo, el hombre sufre mucho; sin embargo, una vez se hace humilde, todos los sufrimientos cesan y su alma se llena de paz y sosiego.

El orgulloso jamás se humillará ante Dios. Y, como consecuencia de esa aversión, aparecen los sufrimientos, las crisis, la tristeza, la desesperanza. Por causa de su propio orgullo, el hombre sufre mucho; sin embargo, una vez se hace humilde, todos los sufrimientos cesan y su alma se llena de paz y sosiego.

Cierta vez, San Macario el Grande caminaba con su discípulo por el desierto. Para no caer en la tentación de hablar sin la necesidad de hacerlo, decidió quedarse varios pasos más atrás, mientras su discípulo se adelantaba un poco. Así, al verse solo, San Macario se entregó completamente a la oración.

Al poco tiempo, el discípulo se encontró con un sacerdote pagano que cargaba un trozo de madera al hombro. El joven monje le dijo:

—¡Eh, demonio! ¿A dónde vas?

Al oír esto, el pagano se enfureció y, abalanzándose sobre el monje, lo golpeo repetidas veces con el madero. Después se fue. El monje quedó tendido en el suelo, malherido e incapaz de levantarse. Unos minutos después, San Macario se encontró con el pagano, al que saludó con delicadeza:

—¡Buenos días, hombre laborioso!

Estas palabras sobrecogieron de tal forma al sacerdote pagano, que detuvo su paso y respondió:

—¿Por qué me hablas así?

—Veo que te afanas trabajando...

El pagano se quedó pensativo. Luego, conmovido por lo que acababa de escuchar, dijo:

—Hace unos instantes me encontré con un monje muy malo. Me llamó ‟demonio” y no pude sino castigarle... pero veo que tú sí eres un hombre de Dios.

Al terminar de decir esto, se arrojó de rodillas ante San Macario y le imploró:

—¡Quiero ser como tú! ¡Hazme monje!

San Macario le pidió que viniera con él y, cuando llegaron al lugar donde yacía el maltrecho monje, lo levantaron y lo llevaron al monasterio. Efectivamente, aquel sacerdote pagano se hizo monje, y no un monje cualquiera, sino un verdadero monje, a tal grado que los demás en el monasterio lo admiraban por su humildad. Y con su propio ejemplo llevó a la fe a muchos más paganos.

(Traducido de: Îndrumar creştin pentru vremurile de azi: convorbiri cu Părintele Ambrozie (Iurasov), vol. II, Editura Sophia, 2009, pp. 184-185)