Un relato que nos recuerda la importancia de ser humildes
Cuando escucha algo que tiene que ver con la humildad, el maligno siempre huye. Él no quiere que digas que eres un pecador, porque él mismo cayó por causa de su soberbia.
Una noche, cuando se alistaba para dormir, un monje vio que un ángel se aparecía en su celda. Era un ser tan refulgente, que el monje pensó que se quedaría ciego ante semejante fuente de luz. Y no solo eso, sino que además irradiaba un agradable aroma, como si se tratara de algo proveniente del mismísimo Espíritu Santo. En un momento dado, el ángel dijo: “¡Levántate, siervo de Dios, y haz tu regla de oración!”. El monje respondió: “¡Ya hice mis oraciones!”. Pero el ángel insistió: “No. ¡Tienes que orar más!”. “¡He dicho que ya hice mis oraciones!”. El ángel agregó: “Acuérdate de las palabras del Santo Apóstol Pablo: Orad sin cesar”. Y, aunque el monje quería dormir, el ángel no lo dejó. Esta escena se repitió durante unos tres meses. El monje pensaba: “¿Cómo no orar, si viene el ángel del Señor y me repite las palabras de San Pablo?”.
Confundido y extenuado, con el paso del tiempo el monje empezó a adelgazar y a debilitarse. Finalmente, se enfermó. Un día, se encontró con un anciano asceta, porque en aquellos tiempos el desierto de Egipto era morada para miles de ermitaños, discípulos de San Antonio el Grande. El anciano vio tan desmejorado y enfermo a nuestro monje, que lo saludó con estas palabras:
—¿Cómo estás, hermano? ¿Todo bien contigo?
—Sí, padre, estoy bien.
Fue una respuesta llena de orgullo. Porque el hombre, con humildad, no debe decir jamás que todo está bien.
—¿Qué tan bien?, se interesó el anciano.
—¡Gracias a Dios, padre, desde hace tres meses recibo la visita de un ángel de Dios, quien cada noche viene a despertarme!
—¿Y cómo te despierta?
—¡Cuando recién me acabo de acostar, él se aparece en mi celda, me despierta y hasta ora conmigo!
—¡Cuidado, hermano, que ese no es un ángel de Dios! ¡Ese es el maligno, que te ha estado vigilando todo este tiempo!
—¿Cómo, padre? Aunque debo reconoer que, desde que el ángel viene a verme, me he debilitado y me siento enfermo y confuso… Además, mi corazón se ha hecho como de piedra, porque ya no puedo volver a la humildad.
—Escucha, hermano. Lo que tienes que hacer es lo siguiente: cuando venga a despertarte, dile: “No quiero levantarme a orar en este momento, sino a la medianoche. Pero no vengas tú a despertarme, que yo puedo hacerlo solo”.
Si te dice que es un ángel de Dios, dile: “Yo soy un simple pecador y no soy digno de que vengan los ángeles a levantarme”. Cuando escucha algo que tiene que ver con la humildad, el maligno siempre huye. Él no quiere que digas que eres un pecador, porque él mismo cayó por causa de su soberbia. Luego, esto es lo que debes decirle: “Yo soy un pecador y no merezco que los ángeles vengan a levantarme. Cuando quiera, me levantaré; cuando no, dormiré. ¡No necesito que sigas viniendo!”.
Esa noche, el monje volvió a su celda, e inmediatamente se fue a dormir. Luego de algunos minutos, el “ángel” hizo acto de presencia, y le dijo:
—¡Levántate, siervo de Dios, es el momento de hacer tu canon de oraciones!
—¡No quiero levantarme!
—¿Por qué?
—¡Lo haré cuando quiera hacerlo, no cuando digas tú!
—¡Miserable monje, fuiste a ver a ese anciano, que no es sino un mentiroso, un falso! ¡Él te enseñó a desobedecerme! Pero debes saber que se anciano es un avaricioso. Hoy vino a buscarlo un pordiosero, y él le dijo que no tenía nada para darle. Pero tiene tres monedas de plata en el alféizar de la ventana. ¡Y aún así se atreve a decir que no tiene nada!
Después de decir esto, el “ángel” desapareció. El monje exclamó:
—¡Ahora veo que en verdad eres el padre de la mentira!
Días después, el monje fue a buscar al anciano. Saliendo a su encuentro, este le dijo:
—¿No es verdad que te dijo que tengo tres monedas en la ventana? Realmente las tenía, y ese día vino un hombre a pedirme limosna, pero se trataba de un alcohólico que suele cometer toda clase de desmanes. Sin embargo, sabía que al día siguiente vendría una mujer muy pobre, así que guardé esas monedas para ella y se las di. Además, sé todo lo que te dijo sobre mí, que soy un avaricioso, un falso, un mentiroso… Debes estar más atento, porque lo único que quiere es llevarte a que pierdas tu alma, aunque para eso tenga que levantarte para orar.
No está de más mencionar que el “ángel” no volvió a aparecerse, viendo que el monje se había enfadado con él.
(Traducido de: Arhimandritul Ilie Cleopa, Ne vorbește Părintele Cleopa 3, ediția a III-a, Editura Mănăstirea Sihăstria, Vânători-Neamț, 2010, pp. 28-31)