Un relato sobre el amor de San David de Eubea
“Tal como luego de la oración del perdón se borran los pecados, así también yo voy a borrar todas tus deudas...”
En cierta ocasión, vino al monasterio del Anciano David un hieromonje de nombre Eufrosino, que hacía las veces de párroco en una iglesia de la ciudad. Este, involuntariamente, había matado al siervo de un rico hacendado. Evidentemente, lo ocurrido no podía sino ser cosa del maligno. Lleno de ira, el hacendado hizo que encarcelaran al hieromonje; además, lo despojaron de todas sus cosas. Así, al quedar en libertad, el desgraciado monje se vio en la más dura de las pobrezas y lleno de deudas, de tal modo que no hallaba una salida a su miserable situación.
Cuando el Anciano David se enteró de las tribulaciones del hieromonje, pensando en toda la turbación que había provocado en la Iglesia con aquella tentación y sus deudas presentes, lo llamó al monasterio, y lo primero que hizo fue pedirle que le confesara cómo había ocurrido todo. Cuando el hieromonje terminó de confesarse, San David le dijo:
—Padre, creo en ti y en todo lo que acabas de confesar. Sé que no quisiste matar a aquel hombre... pero ¿por qué llevas tanto tiempo viviendo en el mundo? ¡Eres un hieromonje! Recuerda que prometiste vivir para siempre en el monasterio y perseverar en la vida de los ángeles. Está claro que no has sabido respetar ese voto. Tu lugar está en el monasterio, sin importar por qué motivo fue que decidiste irte a vivir al mundo.
—Yo también he pensado mucho en eso, Padre. Siento una culpa muy grande por haberme ido del monasterio y cargar con esa muerte en mi conciencia. Pero es que hay algo que me impide apartarme completamente del mundo: el cuidado que debo procurar a mis hermanas y las deudas que aún tengo que pagar.
Con un tono paternal, el Anciano David dijo:
—Escucha, hijo. Puedo ver tu arrepentimiento por haberte alejado de la vida monacal. Por eso, voy a pagar todas tus deudas. Y tal como luego de la oración del perdón se borran los pecados, así también yo voy a borrar todas tus deudas. Sin embargo, seguirás siendo un deudor del Cielo. Y demostrarás tu agradecimiento en tu monasterio, con tu perseverancia, tu esfuerzo y tu contrición.
(Traducido de: Cuviosul David „Bătrânul” - „Copilul” Înaintemergătorului, traducere din limba greacă de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 106-107)