Palabras de espiritualidad

Un testimonio vivo del gozoso llanto de la contrición

  • Foto: Silviu Cluci

    Foto: Silviu Cluci

En las vísperas de la fiesta de la Epifanía de este año 2020, como parte de mis peregrinajes misioneros a nuestros compatriotas en Escandinavia, muchos de ellos enfermos y solos, las urgencias pastorales me llevaron a una ciudad sueca siutada a más de 200 km al sur de Gotemburgo, para consolar, en un hospital local, a una familia que atravesaba una dura prueba.

Viorel, un joven esposo, yacía agonizando, como consecuencia de un cáncer en su fase terminal. Junto con otros sacerdotes, a quienes convoqué expresamente para ello, oficiamos, casi de madrugada, recién llegando al hospital, el Sacramento de la Santa Unción, aún con las escasas expectativas que el estado del joven nos ofrecían. Le agradecimos a nuestro Buen Dios por Su misericordia y estreché al hermano Viorel con brazos paternales en el Sacramento de la Confesión. A medida que abría su corazón ante Cristo, Viorel se volvía cada vez más presente, más vivo, más luminoso. Expuso todo lo que tenía en el alma, en una confesión completa, desprendiéndose de todas sus cargas.

Al terminar de confesarse, tenía el rostro lleno de lágrimas de una redentora contrición, lágrimas con las que me ungí yo también, testigo del milagro del regreso a Dios de otro de Sus hijos. ¡Qué preciosas son las lágrimas del gozoso llanto del segundo bautismo, como llama San Juan Climaco a las lágrimas del arrepentimiento que renueva! En ese instante, el hermano Viorel me confió: “¡Padre obispo Macario, no sabe lo feliz que me ha hecho!” Para un pastor de almas, no hay recompensa más grande que ver cómo en “sus hijos” se trasluce Cristo (Gálatas 4, 19), verdadera y única felicidad del hombre. Entonces se certifican las palabras de nuestro Señor: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo” (Juan 17, 3). Al impartirle el Cuerpo y la Sangre del Señor, lloré de alegría con Viorel y sus seres queridos, orando y agradeciéndole a Dios por todo.

Dos días después, recibí el siguiente mensaje de parte de su familia: “Le agradecemos con el alma por la visita que le hizo a Viorel. Usted fue como un rayo de luz en medio de las tinieblas de los últimos meses. Viorel falleció esta mañana después de un sueño prolongado. ¡Que Dios lo perdone a él y a Usted lo proteja en sus viajes y misiones!”. Yo no fui ese rayo de luz, “indigno jerarca y padre espiritual”, como decimos en la oración de absolución, sino nuestro mismo Señor Jesucristo, Quien actúa valiéndose de los más inesperados modos y circunstancias, Quien nos iluminó a todos para encontrarnos, orar, abrazarnos en el arepentimiento y comulgar de Su Gracia salvadora. ¡Amado hermano, amada hermana, no dudemos en presentarle nuestros corazones a Dios, ofreciéndoselos con un arrepentimiento fervoroso y sincero! “Porque la vida pasa y nosotros partiremos”. Entonces, “Enséñanos, Señor, a contar nuestros días para que adquiramos un corazón sensato” (Salmos 89, 14).

+ Macario, Obispo rumano para Europa del Norte