Palabras de espiritualidad

Una buena palabra es más útil que cualquier reprimenda

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El amor para con nuestros semejantes nos impone hablarles sin dureza, y buscar esas palabras que podrían serles de mayor provecho para su salvación.

Me cuentas que siempre has dicho la verdad, de frente, y que por esta razón has sufrido muchos disgustos. No me sorprende. Pocos enfermos serían capaces de amar al médico que les anuncia que padecen de una enfermedad incurable y mortal, sobreponiéndose a tal noticia. El amor para con nuestros semejantes nos impone hablarles sin dureza, y buscar esas palabras que podrían serles de mayor provecho para su salvación. Debes recordar cómo nuestro Señor no le habló con severidad a aquella mujer que los fariseos llevaban para ser lapidada. Al contrario, lleno de bondad, dijo: “¡Vete y deja de pecar!”. Y cuando Ananías vino a ver a Saulo, quien estaba aún ciego, no lo insultó ni lo condenó por haber perseguido a los cristianos, sino que lo llamó, evangélicamente, “¡Hermano Saulo!” (Hechos 9, 17).

Hay una pequeña historia, muy a propósito de esto que te digo, en la vida de San Serafín de Sarov. Se trata de una monja, quien, al confesarse con el santo, se quejó amargamente y entre lágrimas, de la ira y el temperamento colérico que solía dominarle. Al terminar, esperó a que el santo la reprendiera severamente y le impusiera una dura penitencia. Sin embargo, en vez de ello, a sus oídos llegaron las suaves palabras del confesor: “¿Qué dices, hermana? Pero si tú tienes un carácter maravilloso, tranquilo... ¡un carácter verdaderamente hermoso, humilde y bondadoso!”. Tales palabras fueron como una fina lluvia cayendo sobre tierra seca. Y fueron dos los beneficios que aquella monja obtuvo de las palabras de San Serafín: se avergonzó de sí misma y, con esto, obtuvo esperanza. ¡Y esas son las dos condiciones necesarias para corregirnos! Este ejemplo nos muestra cómo podemos ayudar a los demás con nuestras palabras (buenas y encomiásticas), para que rectifiquen completamente.

(Traducido de: Episcop Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, vol. 2, Editura Sophia, Bucureşti, 2003,  pp. 208-209)