Una conciencia tranquila es garantía de una vida en paz
Es una verdadera locura que haya alguien que toda su vida no haga otra cosa que tratar de extinguir la voz de su propia conciencia.
Hay personas muy acostumbradas a hacer el mal —y que rechazan saber de Dios—, las cuales, cuando ven que el día de su muerte se acerca a pasos agigantados, experimentan como un incontrolable arrebato de su conciencia enferma, rompiendo todas las cadenas de sus iniquidades y arrojándolas ante sí, de tal suerte que a veces no solo pierden el sueño, sino también la cordura. Y es que es una verdadera locura que haya alguien que toda su vida no haga otra cosa que tratar de extinguir la voz de su propia conciencia. Por eso es que Dios no quiere que (dicha persona) parta de esta vida sin saber que ha matado a su mejor consejero, al cual siempre tuvo a su alcance, y por eso es que no le permite que muera sin ver a dónde irá a parar. Así dispuso Dios las cosas, que cada uno vea, en un momento dado y aunque no lo quiera, lo que siempre tenía que haber visto con la fe.
La conciencia, por su propia esencia, jamás aprueba el vicio y el pecado, por su propia naturaleza de no dejarse vencer, aunque el hombre rehúya verla y siga pecando. Así es como aparecen los remordimientos, ese acusador con el cual debes reconciliarte lo antes posible, porque no se callará en tanto no examines tus faltas y no renuncies a ellas, para así poder recibir el perdón de Dios. Cuando las derrotas morales vienen amarradas entre sí por su densidad o su gravedad, les siguen las sanciones de la conciencia, que son más duras que una simple amonestación: el desequilibrio mental, más o menos profundo, del cual todavía se puede recobrar el hombre, y otras formas más graves, como la esquizofrenia, la paranoia, la demencia y, al final, el suicidio.
Todo esto es la consecuencia orgánica de la capitulación de la conciencia como elemento espiritual del hombre, seguido de su hundimiento en la oscuridad y el tormento. En líneas generales, esta es la lúgubre perspectiva de una vida en pecado.
Por eso, cuando tienes una conciencia limpia, no le tienes miedo a nada.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca - Mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, p. 67-68)