Una familia feliz es un pedacito de Paraíso
Si quieres que tu familia sea un pedacito de Paraíso, debes asegurarte que en ella more Dios.
El matrimonio funciona bien si en su composición entra Dios, junto al hombre y la mujer, formando un tríángulo cuya cúspide es precisamente Él. Es decir, entre esposo, esposa y Dios debe haber una comunicación directa, real, libre, sin interrupciones. He afirmado que el matrimonio ideal debe ser como un Paraíso. Pero el Paraíso es el lugar en donde habita Dios: no hay Paraíso sin Él. En consecuencia, si quieres que tu familia sea un pedacito de Paraíso, debes asegurarte que en ella more Dios. La presencia de Dios es la que hace que un territorio sea Paraíso. Y cuando has llevado a Dios a vivir en tu casa, has tranformado tu hogar en un Paraíso.
Este es, entonces, el segundo principio fundamental: un matrimonio es ideal sólo si la presencia de Dios es real y activa en él. Pero, ¡no me malinterpreten! No quiero decir con esto que quienes no creen en Dios no puedan tener una vida conyugal relativamente buena, al menos temporalmente. Hay ateos que viven relativamente bien, conyugalmente hablando, hombres y mujeres que se aman y que viven bellamente, juntos... pero el vacío interior que hay en ellos, la ausencia de Dios en sus vidas tendrá que reflejarse en algún momento en aquellos hogares, sin importar cuánto amor humano se experimente allí. La ausencia de Dios se sentirá siempre y el desierto de una vida sin Dios se manifestará en aquel lugar, tarde o temprano. El Paraíso no puede realizarse sin Dios. La felicidad plena, sin Dios, no es sino una ilusión.
(Traducido de: Ierodiacon Gamaliel Sima, Sfânta Taină a căsătoriei – Cateheze, Editura Pavcon, p. 65)