Una invitación a hacernos amigos de los santos de Dios
Si no llevas el nombre de un santo, no tienes ningún santo protector que ore todo el tiempo por ti.
Si aquí, en la tierra, nos hacemos amigos de los santos de Dios, por medio de las plegarias que elevamos a ellos todos los días, con facilidad nos reconocerán y nos ayudarán cuando el Juicio Final, ese inevitable “examen” que todos habremos de sostener ante Dios, ahí donde los santos serán los testigos y jueces de las almas.
Por tal razón, los Santos Padres nos enseñan que cada día tenemos que orar, en primer lugar, a la Santísima Trinidad, a nuestro Señor Jesucristo, a la Madre del Señor, y, después, al santo cuyo nombre portamos y al ángel custodio de nuestra vida.
El nombre que recibimos al ser bautizados debe ser el de algún santo que haya muerto por Cristo, santificando su nombre de “cristiano”. El gran error que cometen muchos padres de familia en la actualidad, tal vez por ignorancia, consiste en darles a sus hijos nombres ajenos al cristianismo.
Si no llevas el nombre de un santo, no tienes ningún santo protector que ore todo el tiempo por ti.
El nombre del santo tiene una gran fuerza cundo lo llamamos con nuestras oraciones: todos los demonios le temen, porque así fue como él logró hacerse santo, venciendo a esos espíritus impuros.
(Traducido de: Protosinghelul Ioachim Pârvulescu, Cele trei mari mistere vizibile și incontestabile din Biserica Ortodoxă, Editura Amacona, 1997, pp. 141-142)