Una joven que enmendó su forma de vida por las oraciones de San Juan de Coziba
“Desde entonces, cada vez que entro a la iglesia, paso a venerar sus santas reliquias y oro con fe ante ellas, y él me ayuda en todas mis aflicciones...”
Una joven, de nombre Marina, se hallaba en Jerusalén terminando sus estudios. Tenía la costumbre de venir al Monasterio de San Jorge de Coziba, donde se confesaba con un sacerdote compatriota suyo. En 1988, tres semanas antes de la Pascua, la chica soñó que estaba en la iglesia del Santo Sepulcro, sentada en una banca, leyendo unos papeles que había encontrado en el lugar. De repente, vio que había un monje sentado junto a ella, quien le dijo:
—Los nombres que estás leyendo son los de algunos que cometieron pecados en la Iglesia. Pero también tenemos al padre Juan de Coziba, un hombre bueno, temeroso de Dios, quien cumplió con la voluntad de Dios. Yo lo conozco, se santificó, es un santo.
Entonces, Marina le respondió:
—¡Sí, lo conozco, sus reliquias están en Coziba!
En ese instante, el monje desapareció.
Despertándose, Marina entendió que Dios, por las oraciones de San Juan, le había enviado ese suaño para que se enmendara.
Poco después, visitando a su confesor en Coziba, Marina reconoció:
—Cada vez que entraba a la iglesia, olvidaba besar el cofre con las reliquias del padre Juan. Sin embargo, ahora sé que verdaderamente es un santo. Desde entonces, cada vez que entro a la iglesia, paso a venerar sus santas reliquias y oro con fe ante ellas, y él me ayuda en todas mis aflicciones.
(Traducido de: Viaţa şi minunile Sfântului Ioan Iacob, tipărită cu binecuvântarea Prea Sfinţitului Laurenţiu Episcopul Caransebeşului, pp. 85-86)