Una lección sobre cómo actuar ante las ofensas
Perdona a todos, bendícelos y pídele a Dios por ellos. Y, todavía más, ámalos como si fueran, después de Dios, tus más grandes benefactores.
«Responde a las burlas con una sonrisa. Las ofensas de los demás provienen de la maldad que hay en sus corazones. Luego, sonríeles, pero sin maldad. Las burlas son siempre cosa de la ignorancia, en tanto que la sonrisa debe venir del conocimiento. Con sus mofas, lo único que (los demás) consiguen es que crezca el valor de tu oración ante el Juez Eterno, porque Él aprecia más la oración del alma valiente, asediada por las flechas de la maldad, el odio, la malicia y las ofensas. Todas esas flechas tienen la punta roma y la cola afilada, de tal suerte que al “rebotar” en ti terminan hiriendo a quienes te las lanzan.
Mical, la esposa del rey David, se burló de la profunda oración de este. Y esa burla ofendió mucho más a Dios que al mismo David. Por eso, el Altísimo castigó a Mical, haciéndola estéril hasta su muerte. Quien estudie con atención los distintos sucesos humanos, podrá dar testimonio de que aun en nuestros días Dios castiga severamente a quienes se burlan de las cosas santas.
Lo que debes decirles a quienes te ofenden —si consideras que es mejor hablar que guardar silencio—, es lo siguiente: “Si no me engaño, cada día los veo a ustedes implorando ante comerciantes, jueces y policías, sea por una cosa o por cualquier otra. Entonces, ¿por qué se burlan de mi, cuando yo lo que hago es elevar mis plegarias a nuestro Creador Eterno? ¿No es más absurdo suplicarle a un hombre como nosotros, que a Aquel que es Todopoderoso?”.
Uno de los profetas dijo: “Maldito el hombre que confía en el hombre”. Quien pone toda su esperanza en un mortal, en una simple burbuja de jabón, y no en Dios Todopoderoso, es, sin lugar a dudas, un maldito. Y esa maldición que cae sobre él y sobre su familia puede ser confirmada con la experiencia de la vida cotidiana. Está claro que igualmente maldito es el hombre que implora solo ante el hombre y no ante Aquel que todo lo puede, porque todo es Suyo. Sin embargo, ¡atención!, porque a veces el silencio es mucho más útil que las palabras.
Puede que la primera ofensa perturbe un poco al alma que ora. Tú, por tu parte, has sobrevivido a todo eso y jamás has dejado de orar. Para ti, los insultos se han convertido, en todo caso, en un estímulo. Podría decirse que, de cierta manera, sientes a Dios cada vez más cerca, amas más la iglesia y la oración se ha convertido en una experiencia cada vez más dulce. En algún momento esas ofensas cesarán y en su lugar vendrán los plácemes, la admiración y los elogios; entonces, tu alma se hallará en un peligro mayor que el actual. Hoy aprendes a ser humilde, pero entonces tendrás que luchar contra la soberbia. Pero ese es otro problema, otra tentación.
Debes saber que aquellos que nos atormentan con sus ofensas, esos son nuestros enemigos. En ellos pensaba el Señor cuando ordenó: “Amad a vuestros enemigos”. Sin saberlo, ellos nos hacen un gran bien. Entristeciéndonos y persiguiéndonos, encienden en nosotros la llama del fervor espiritual. Murmurando contra nosotros y a nuestras espaldas, cuando asistimos a la iglesia, nos empujan aún más cerca de Dios. Haciéndonos de este mundo una cosa insufrible, nos estimulan a amar mucho más el Paraíso. Las heladas y las ventiscas no buscan el bien del árbol, pero, sin saberlo, le ayudan enormemente. Eso es lo que hacen tus enemigos contigo.
Luego, perdona a todos, bendícelos y pídele a Dios por ellos. Y, todavía más, ámalos como si fueran, después de Dios, tus más grandes benefactores. (...)
Piensa en la Cruz de Cristo y venérala todo el tiempo. Piensa siempre en tu propia muerte. Todo esto te ayudará a orar más y mejor, hasta alcanzar la victoria total.
¡Que la paz y la misericordia de Dios sean contigo!».
(Traducido de: Episcopul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, volumul 1, Editura Sophia, București, 2002, pp. 8-11)