Una lección sobre la virtud de la templanza al hablar
Los dos monjes, entonces, se sentaron y empezaron a hablar de cosas de la Escritura y de los Santos Padres, mientras trabajaban con sus manos. Por su parte, el anciano callaba.
Dos monjes de Escitia decidieron ir a visitar al abbá Antonio. Al abordar la embarcación que habría de llevarlos a aquel territorio, se encontraron con un anciano, desconocido para ellos, que se dirigía al mismo lugar. Los dos monjes, entonces, se sentaron y empezaron a hablar de cosas de la Escritura y de los Santos Padres, mientras trabajaban con sus manos. Por su parte, el anciano callaba. Cuando llegaron al puerto, se enteraron de que también el anciano iba a visitar al abbá Antonio. Al llegar a donde los esperaba el padre Antonio, este les dijo: “¡Qué buena compañía han de haber tenido con este anciano!”. Y al anciano le dijo: “¡Elegiste bien a los monjes que te iban a acompañar, abbá!”. Este último respondió: “En verdad, son buenos, pero su vergel no tiene puerta. Y cualquiera podría entrar al establo y desatar su asno para llevárselo”. Lo que quería decir con esto es que los monjes hablaban sin medida.
(Traducido de: Patericul, ediția a IV-a rev., Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, p. 7)