Una reflexión necesaria para dejar de juzgar y condenar a los demás
Esforcémonos en no juzgar ni condenar a nadie, mantieniendo ante nuestros ojos las palabras: “¡Orad sin cesar!” y “¡Velad y orad, para no caer en tentación!”.
Condenar al otro es el pecado más grave que nos aleja de Dios. Cada vez que nos venga a la mente condenar a nuestro hermano, descendamos con ese pensamiento al infierno y digamos: “¡Te llevaré con el gusano que nunca duerme! ¡Te llevaré a la oscuridad más densa, al fuego que no se extingue! ¡Pongamos los dedos en el fuego…!”. Tenemos que estar muy atentos, porque nos hallamos frente a un león, al cual ni siquiera los santos pudieron vencer con facilidad. Ellos mismos fueron atacados muchas veces por esta fiera. Por eso, esforcémonos en no juzgar ni condenar a nadie, mantieniendo ante nuestros ojos las palabras: “¡Orad sin cesar!” y “¡Velad y orad, para no caer en tentación!”.
(Traducido de: Stareța Macrina Vassopoulos, Cuvinte din inimă, Editura Evanghelismos, p. 155)