Vanitas vanitatum...
¡Cuánta razón tenía el profeta al asemejar la gloria del hombre con la endeblez de una flor!
Quiero que te asombres del inmenso milagro de la creación, para que, en donde quiera que te encuentres y con sólo ver una pequeña planta, te acuerdes con agradecimiendo de tu Creador. Cuando veas un poco de hierba verde y una flor, piensa en el ser humano, acordándote del sabio Isaías, quien dijo: “Todo mortal es hierba, toda su gloria como flor del campo” (Isaías 40, 6). La brevedad de la vida y el efímero gozo de la alegría humana tienen en las palabras del profeta un bellísimo ícono.
Hoy tu cuerpo florece y se le ve robusto, gracias a los deleites de los que tiene parte; el aspecto de tu rostro demuestra que te hallas en la flor de la vida. Sí, hoy te sientes lleno de fuerza y vigor, con la confianza de que podrías hacerle frente a cualquiera. Pero, mañana, tú, la misma persona, habrás perdido esa vehemencia, marchitado por el tiempo, o consumido por la enfermedad.
Hoy el hombre es ensalzado por los bienes que tiene; a su alrededor, un sínnúmero de falsos amigos, que buscan la forma de agradarle con sus lisonjas. Además, incontables familiares, también falsos; legiones de sirvientes, listos para servirle lo que quiera comer o ayudarle en lo que sea. A todos esos los arrastra consigo cuando sale de casa y cuando regresa, para despertar la envidia de los demás. Súmale a este potentado un cierto poder político o de mando, recibido de reyes o de las autoridades públicas. Ponle también un pregonero, caminando delante suyo y un puñado de escoltas a sus costados, asustando a la gente, golpeándola, confiscándole sus bienes, arrestando y llevando a la cárcel a quien ose alzar la voz.
¡En verdad, qué temor tan grande infunde este hombre en la gente que se halla bajo su poder! Pero... ¿qué queda de todo esto al morir? Basta una noche de fiebre, o una tuberculosis, o una neumonía para que la muerte se lo lleve, desvistiéndolo bruscamente de toda la falsedad que hasta hoy le había rodeado, haciendo que toda la honra de la que gozaba se muestre como lo que era en realidad: un sueño.
¡Cuánta razón tenía el profeta al asemejar la gloria del hombre con la endeblez de una flor!
(Traducido de: Sfântul Vasile cel Mare, Omilii la Hexaemeron, Editura IBMBOR, Bucureşti, 1986, p. 121)