“¡Venid a tomar la luz!”
Nosotros, quienes vivimos en la oscuridad, hemos recibido, con la Resurrección del Señor, un “anticipo” de nuestra propia Resurrección y de la vida eterna.
Vivimos el gran gozo de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. La Luz y la Misericordia de Dios rebosa sobre el mundo. La naturaleza entera participa también de esta gran festividad. La oscuridad ha sido disipada. La muerte ha sido vencida. La luz ha brotado del sepulcro… “¡Venid a tomar la luz!”.
Venid a recibir a Cristo, venid a tomar luz de Su Luz, venid a tomar la verdad, la sabiduría y el amor de la Verdad. la Sabiduría y el Amor que Él trajo al mundo. No es la luz de los cirios lo que anunciamos nosotros. La luz de la Pascua no se limita a la simple luz de las candelas. Cristo es la luz del mundo que ha vencido a la oscuridad. El último enemigo, la muerte corpórea y espiritual, ha sido derrotado. La Verdad venció a la mentira y el ardid. El amor venció a la maldad, el odio, la venganza. Este es el gran acontecimiento del día de la Pascua y la fe de nuestra vida. Nosotros, quienes vivimos en la oscuridad, hemos recibido, con la Resurrección del Señor, un “anticipo” de nuestra propia Resurrección y de la vida eterna.
En el día de la Resurrección del Señor comenzamos una nueva vida en Él. A lo largo del Ayuno de la Cuaresma, nos hemos esforzado física y espiritualmente, hemos luchado contra las pasiones y las tentaciones, hemos purificado nuestra alma con el sacramento de la Confesión y hemos recibido el Cuerpo y la Sangre del Señor; hemos descendido con Él al sepulcro, para conocer la alegría de nuestra renovación por medio de Su Resurrección. Él es el Principio de nuestra Resurrección. Él libró a nuestras almas de la morada de los muertos y abrió el Paraíso para todos. El Santo Apóstol Pablo dice: “Si no existe la fe en la Resurrección, vana es mi fe y mi vida”; podríamos agregar, vanas son la cultura, la tecnología y la ciencia. Todo eso no sería sino un absurdo correr tras el viento. Así sería nuestra vida si perdiéramos la fe en la Resurrección. Cuando cruce mis manos sobre el pecho, cuando me descomponga en la tierra de la que fui creado, sé que mi alma irá más lejos y que vendrá el tiempo —conocido solamente por Dios— cuando Él se unirá nuevamente con mi cuerpo transfigurado. No morimos más como unos condenados por la eternidad, sino esperando la Resurrección de todos.
(Traducido de: Preotul Boris Răduleanu, Semnificația Duminicilor din Postul Mare, vol. II, Editura Bonifaciu, București, 1996, pp. 232-233)