Vivir con la mente puesta en nuestra partida de este mundo
¡Sabio y dichoso es el hombre que sin cesar se acuerda de la muerte!
Piensa en un hombre que ha sido condenado a muerte, o en uno que yace en su lecho, a punto de morir. Reflexiona: ¿qué hace, en qué piensa? En tales momentos, ya no le importan ni las riquezas, ni los honores, ni la gloria, mucho menos le interesa juzgar a nadie. A todos les perdona sus ofensas, y ningún pensamiento suyo se dirige a las cosas de este mundo. La muerte y solamente la muerte se halla ante sus ojos espirituales, y el temor hace que su corazón se estremezca. Así, hermano cristiano, todo esto te lo digo para que no se te olvide pensar en tu propia muerte. Al contrario, aprende a esperar que en cualquier momento vendrá a por ti eso que ahora ves que le ocurre a quienes agonizan, porque no sabes si tú morirás antes que ellos. ¡Sí, tú, que confías en que vivirás todavía un poco más en este mundo!
A menudo ocurre que quienes pensaban que iban a vivir mucho, caen exánimes y son puestos en un atáud antes que otros que desde antes se hallaban en su lecho de muerte. Porque todos hemos sido condenados a muerte. Dios nos dice, a cada uno de nosotros, lo mismo que le dijo a nuestro ancestro: “¡Polvo eres y en polvo te convertirás!” (Génesis 3, 19).
¡Que esta meditación te induzca a pensar constantemente en tu muerte! Porque te enseñará a recogerte en la debida contrición, impidiéndote acumular riquezas, buscar honores y deleitarte en los placeres de la carne. Además, te ayudará a extinguir la llama de los apetitos impuros y a mitigar la ira que se enciende en tu corazón. Asimismo, te llevará a perdonarle a tu semejante cualquier deuda u ofensa, a apartar tus manos del lujo y tu lengua las palabras vulgares; te ayudará, también, a evitar las murmuraciones, las injurias y las difamaciones, poniendo un centinela en tu boca. Esta reflexión también hará que te esfuerces en la oración llena de tesón, con suspiros y lágrimas de fervor. ¿Por qué? Porque el temor al Juicio futuro y a ser condenado eternamente contendrán tu corazón y le impedirán desear lo que no le agrada a Dios, eso que te lleva al castigo eterno; además, te sostendrán y renovarán tu alma, que actualmente trastrabilla y cae. Finalmente, recuerda que en lo que el Señor nos encuentre al morir, en eso nos juzgará (Ezequiel 18, 20-24; 33, 20).
¡Sabio y dichoso es el hombre que sin cesar se acuerda de la muerte!
(Traducido de: Sfântul Tihon din Zadonsk, Dumnezeu în împrejurările vieții de zi cu zi, Editura Sophia, București, pp. 137-139)